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La Cuaresma y el sexo


Todo en esta vida empieza, se desarrolla y termina. No hay nada que permanezca igual para siempre. Las personas nacemos, crecemos, nos reproducimos, declinamos y morimos. Las empresas igual. El curso académico empieza en septiembre y acaba en junio. Sin embargo la vida no es simplemente cíclica, sino inevitablemente evolutiva. Realmente es un bucle recursivo ascendente, un muelle que parte de abajo y asciende imparable aunque periódicamente retroceda para tomar impulso. Podemos verlo igualmente en clave astrofísica, política nacional e internacional, en la historia, en el arte, en la música...

En este aspecto de la vida personal del que se ocupa este Blog ocurre otro tanto: las relaciones sexuales nacen, se desarrollan, se agotan y finalmente mueren. O lo aceptas o lo aceptas. Antiguamente estas etapas coincidían con las de la vida de cada uno, porque la gente daba valor a la palabra dada y al compromiso adquirido, pero en la actualidad la mayor parte de las relaciones amorosas mueren porque se agota la feniletilamina, la hormona que nos mantiene en un estado obsesivo compulsivo y de felicidad mientras dura. Dada la confusión entre el amar como compromiso activo y el enamoramiento hormonal reactivo difundido por la corriente intelectual dominante actualmente, el ser humano retorna a la animalidad, al estadío pre humano en que uno es movido por sus necesidades hasta que éstas ya han sido satisfechas y sus carencias cubiertas por el otro, sin lugar para el raciocinio ni la moral, hasta que el vampiro humano le ha chupado toda la sangre. 

En ese momento, con el edificio de la personalidad consolidado gracias al alimento que el otro nos ha procurado vía (errónea en su nivel superior) Pirámide de Maslow, y en ausencia de compromiso consciente, voluntario y responsable (capacidad de responder al compromiso adquirido) de amar al otro en lo bueno y en lo malo, un nuevo objeto humano de consumo que parece cubrir nuestras nuevas o antiguas carencias o fantasías adolescentes viene a impulsarnos irresistiblemente hacia él. Este es el maravilloso y elevado concepto actual de amar.



Pues bien, a partir de estas premisas podemos hincarle el diente al tema que nos ocupa. Desde un punto de vista científico y laico, si no (he dicho si no, no sino, ¿eh?) pagano, la Cuaresma no tiene nada que ver con la señora de gesto agrio y estricta conducta definida por Pataletas Ruin-Gallardón para regocijo y algazara de los sinmente de turno, babeantes como tontos con una tiza, todo lo contrario. Para ilustraros con una metáfora el asunto os contaré que recuerdo que en mis tiempos mozos pregunté envidioso a un antiguo compañero al que llamábamos “pastelero” debido a su profesión, si se ponía o no morao de bollos con nata y chocolate. Me contó que sólo se comía una bamba de nata una o dos veces al día. ¿Sólo? Le pregunté incrédulo. Me explicó que durante la primera semana el dueño de la pastelería le dijo que se comiera todo lo que le apeteciese en el momento en que le diese la gana, que cometiese todos los excesos carnavalescos que quisiera... y como ya habréis supuesto acabó tan harto de zampar dulce que pasó de ver los pasteles como delicioso vicio a verlos como simple alimento.








Desde este punto de vista, la Cuaresma es el momento de prepararse para la resurrección, un momento que se nos brinda para recolocar nuestro umbral de sensibilidad, es decir, para recuperarla, para devolverla de la muerte a la que los hábitos sexuales viciosos la ha abocado. Porque si estamos tan hartos de pasteles que ya no nos estimulan suficientemente y terminamos por necesitar comernos los de otros, o comer pasteles en grupo, swingers, dominantes, sádicos, voyeurs, parafílicos, homófilos... para alcanzar la satisfacción en una espiral ascendente como la de cualquier adicción so pena de sufrir un espantoso mono, la Cuaresma aparece como un momento óptimo para frenar, retomar el asunto desde una perspectiva más sensual que sexual, más sentimiento que emoción. Es un momento para apagar las luces, cerrar los ojos y dejar que nuestras papilas gustativas se limpien de sabores explosivos, de ketchups y tabascos, para permitirles volver a percibir los sutiles matices naturales de una ensalada sin aliñar, de unas espinacas hervidas, de una manzana de cultivo biológico. Es un momento de sentir, de taaaaaaaammmmmmm, no de TAM-TA-TAM-TA-TAM carnavalesco. El ciclo de don Carnal ha terminado hasta después de Semana Santa, en que volverá por sus fueros veraniegos a calentarnos la sangre como cada año.

¿Cuarenta días? ¿Por qué cuarenta? Porque es el plazo mínimo que según algunos científicos y religiones necesita una red neuronal que genera un patrón erróneo de pensamiento, verbo y conducta para desactivarse por falta de uso en virtud de la plasticidad neural, mientras se activa una red neural dormida o desactivada que da lugar a otros patrones, esta vez correctos, de pensamiento, palabra y acción. Cuarenta días para recuperar la sensibilidad oculta bajo toneladas de su antítesis: la intensidad.

La Cuaresma es también un buen momento para recordar que eso que tenemos a nuestro lado, ¡oh, sorpresa, sorpresa!, es un ser humano, una persona; no objeto de consumo, algo que usamos y tiramos según nuestra conveniencia. Un ser humano que siente, que sufre, que anhela, que desea, que llora, que ríe, que se emociona, que se siente solo, que teme, que se equivoca, que perdona, que merece ser perdonado... igual que nosotros.

Está en tu mano pararte a reflexionar sobre tu vida, tu conducta y sus consecuencias. Ahora tienes una oportunidad. Es tiempo de Cuaresma. Aprovéchala.