Mostrando entradas con la etiqueta inteligencia emocional. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta inteligencia emocional. Mostrar todas las entradas

La sexualidad, ¿instinto o emoción?

Es obvio que la pulsión sexual es un instinto, que pertenece a ese tipo de habilidades innatas con las que somos dotados desde que somos concebidos y que permite la supervivencia de la especie, se trata de habilidades programadas básicas como comer, defecar, orinar, beber... y que se ubican en el cerebro reptiliano en el ser humano, que se corresponde con el primer escalón de la (chapucera) pirámide de Maslow.
Y, si es un instinto, ¿por qué se le da carácter de emoción? ¿por qué se asocia erróneamente con el enamoramiento y más aún con el amor? ¿Con qué objeto se realiza esta asociación? ¿De dónde sale esta asociación? 

El amor tiene tanto que ver con el sexo como lo que tienen de similar un huevo y una castaña. No, no es coña; es evidente que a pesar de que utilicemos este dicho popular para evidenciar diferencias, el huevo y la castaña comparten numerosos rasgos comunes: son alimentos, naturales, su morfología carece prácticamente de aristas, ambos tienen una cáscara no comestible y un interior nutritivo; ambos son precursores, el primero de un ave y el segundo de un castaño... por lo que podemos concluir que tienen un buen número de similitudes, y más si los comparamos con casi cualquier otra cosa: un vaso de vidrio, una lechuga, o un chip de memoria. 

Cualquiera que se haya introducido en nuestra amplia sección de El Arte de Amar (columna de la derecha) sabe que la sexualidad es un componente del amor conyugal (pareja tienen los animales), no a la inversa. Un componente que no aparece en ninguno de los otros ámbitos en los que se aplica el amar auténtico: a Dios, a los hijos, a la familia, a los amigos, a la naturaleza, al trabajo, al ocio... que también son similares entre sí aunque no exactamente iguales, porque aunque reflejan conocimiento, práctica, entrega, empeño, disciplina, constancia, etc., se observa en ellos precisamente la ausencia del componente de instinto sexual.



La sexualidad surge del cerebro más primitivo 

A la primera pregunta que nos hacíamos más arriba puede responderse que la sexualidad se confunde con la emoción porque el cerebro reptiliano es una estructura más antigua y más profunda en el cerebro humano, lo que significa que su activación repercutirá inevitablemente en otras áreas cerebrales de dentro a fuera, atravesando el sistema límbico o paleomamífero y llegando a la torre de control del encéfalo humano, allí donde se puede abortar una conducta o permitir su despegue: el neocórtex o cerebro neomamífero. Esto se puede entender más fácilmente si pensamos en el (mal) olor corporal: si apestamos a sudor rancio, el olor atraviesa las sucesivas capas de ropa, llega hasta la última y finalmente se filtra al exterior. El instinto sexual igualmente atraviesa las capas encefálicas sucesivas desde la más antigua a la más reciente, pugnando allí con los filtros morales por aparecer en el exterior en forma de conducta favorecedora de la conducta sexual. 



¿Te gusta conducir, o prefieres chingar? 

La segunda y tercera pueden responderse de manera simple: la sexualidad vende, y mucho. Vivimos en un mundo mercantilizado (afortunadamente, aunque con sus desventajas), en el que un producto tiene más éxito si es asociado al éxito sexual, al éxito reproductivo. 

Ético no es, claro, porque lo que consigue es desarrollar en los incautos una alteración en los mecanismos de recompensa cerebrales; en cinco palabras: desarrolla la adicción al sexo. Y como el heroinómano, o el alcohólico, tenderá a buscar la satisfacción de su necesidad de recompensa como los monos, por encima de valores adaptativos como la responsabilidad, la fidelidad, el respeto a la propiedad privada, la decencia, el pudor, la castidad, la dignidad, etc.; resumiendo: del “Ama al prójimo como a ti mismo”, frente al hedonismo “Yo, mi, me, conmigo, lo que me mola, y punto”. 



La siniestra haciendo de las suyas 

Y para terminar con las preguntas, ¿de dónde sale esta asociación? 

Ya hemos visto que surge del mercado, pero también de otros elementos ideológicos, fundamentalmente siniestros, socialistas con sus manifestaciones varias, infelices, frustrados, idealistas... que buscan algún modo de activar sus sistemas de recompensa, ante la imposibilidad de realizar sus ensoñaciones. 



La sexualidad cienorgasmológica 

No voy a afirmar que es posible una sexualidad instintiva, madura, responsable, libre en el sentido de adoptada en absoluta libertad... sin la intervención de las emociones, pero sí que la sexualidad en tanto que coherente con el auténtico amar− es más gratificante si surge del instinto sexual puro, sin cualquier otro tipo de interviniente como la necesidad de reproducirme −ya lo hice en mi momento−, de dominar, de ocultar mis inseguridades, de relajarme, etc. 

No, lo que debería proporcionar satisfacción a todo cienorgasmólogo es saber que está haciendo disfrutar a su mujer, no lo que él disfruta; aprovechar que el instinto llena a reventar de sangre a la amiga, y dedicarse −porque puede−, por encima y delante del propio placer, al de ella. 

Quizá por ello me repugne tanto la abyecta expresión “hacer el amor” y su extensión por parte de la cultura regre, porque se trata de una vana presunción de actividad cienorgasmológica proactiva, madura, libre y consciente, cuando en realidad es justo lo contrario: reactiva, inmadura, esclava e inconsciente, pura e-moción (etimológicamente: que te mueve hacia fuera) que anula el sutil y sosegado sentimiento; pulsión sobreactivada que lleva al insatisfecho a buscar su propia satisfacción, y, si hay suerte, como daño colateral, la de su mujer.


¿Cueces (chingas) o enriqueces?

Ya que ha salido en vuestros comentarios la discusión entre decir “hacer el amor” o “chingar”, aunque ya hablamos anteriormente del asunto aquí y aquí, voy a regalaros otro post de los rompe-esquemas de esos a los que os tengo ya acostumbrados (espero que no hartos).

Nadie en el planeta tierra ni en ninguna de las dimensiones del universo conocido hace el amor. Nadie. ¿Qué si estoy loco? Hombre, algo sí, pero será por la Pepsi, porque si el loco es el que ha perdido el sentido de la realidad, estoy a eones de cordura de vosotras, chicas. Este es un debate que he batallado y ganado en muchas ocasiones, pero que las mujeres os negáis a aceptar a los diez minutos de haber sido derrotadas irrefutablemente. Os reto a que lo consigáis ahora.

Os gusta decir que no folláis, chingáis, jodéis, etc., sino que hacéis el amor, porque os parece una expresión más bonita, aunque cuando lo hacéis estéis utilizando un cachivache-juguete sexual de doble penetración y vibrador con motor turboalimentado (Pero ecológico, ¿eh? A ver si me van a linchar los ecolojetas del profeta Al Gore), viendo películas guarras, chingando en grupo, usando esposas y látigos... o cualquier otra hermosa y espiritualmente elevada conducta reproductiva. Lo mismo hacen muchos sexólogos y expertos tipo Lorena Berdún, esa mujer liberada de prejuicios, cuando califica la chabacanada más astragante o la obscenidad más pringosa con la dichosa expresión. ¿Pero no habías salido del armario del oscurantismo religioso, hija? Se ve que no. Las monjas Clarisas son mucho más avanzadas que tú, ridícula.


Las mujeres es que sois así de bobas (¡socorroooo, que me linchan estas también!). Paradigma de la irracionalidad humana que niega la realidad refugiándose en bobadas romanticoides tipo la Inteligencia Emocional —y su consustancial Estupidez Racional—, Empatía (Y Empasobrina, ¡no te jode!. Vale, vale, el chiste es malísimo, pero lo de la Empatía es bastante peor), y todas esas ñoñeces masónicas sorbesesos tan de moda actualmente entre los sinmente y los incautos. Pero bueno, vale ya de poneros a parir, que supongo esperaréis algún argumento aparte de estas flores.

Llámalo como quieras, pero no pierdas de vista la realidad, querida. Lo que tú haces es lo mismo que hacen los demás, practicar el acto sexual o reproductivo con tu pareja, igual que hacen los gorilas y las gorilas, los pollos y las gallinas, los toros y las vacas, los cerdos y las cerdas, ni más ni menos. Si es tu novio o tu marido, y le amas (si sabes), estás follando con quien amas. Y si es con un ligue nocturno de tantos, aparte de ser un poco casquivana, estás follando con alguien a quien no amas, pero no estás haciendo el amor con ninguno de ellos, sencillamente porque ese término es un artificio vacío, que no responde a realidad real alguna, un eufemismo que te lava la mala conciencia de lo que estás haciendo y te lleva a confundir el resto de la realidad. Porque si no tuvieras mala conciencia no necesitarías edulcorar lo que haces ¿O es que uno no es tan cerdo por llamar coprofagia a lo que es lisa y llanamente comer mierda? ¿Estamos con el rollo políticamente correcto del “cese temporal de la convivencia matrimonial” de los Duques de Lugo por no decir que se han mandado a tomar por saco? ¿Con el rollo del “fin dialogado de la violencia”, la “muerte digna” o la “educación para la ciudadanía”?


Al respecto de este asunto, me he dado cuenta de que ninguno habéis hecho mención a la pregunta que os hacía en el post sobre el enamoramiento. No lo habíais pillado, ¿verdad? Espero que alguno sí, que ya me han chivado que lo habéis estado comentando. Para los que no, ahí va:

Pues resulta que el romántico corazoncito no es tal, sino una tía a cuatro patas con una cola dentro, no una flecha. Y el elevadísimo símbolo tántrico del Om, la sílaba sagrada, es exactamente lo mismo. En el primer caso los románticos lo modificaron para dulcificarlo, en el segundo, los tántricos lo espiritualizaron. ¿Por qué? Pues porque resultaba obsceno y pornográfico, pero representaba perfectamente, como el símbolo del Tao, la génesis del Todo mediante la unión de los opuestos, el principio masculino y el principio femenino.



Sorprendente ¿no? Pues ya lo véis, es un asunto nada romántico, sino puramente carnal como la vida misma. Pero tiene a todo el planeta adulto engañado como a los niños con el ratoncito Pérez.