La naturaleza es sabia, aunque en ocasiones el elevado número de individuos pre-humanos que nos rodean hacen que nos parezca lo contrario.
La causa de esa contrariedad no es otra que la tendencia a comparar la evolución con la referencia de la duración de nuestras vidas individuales o, como mucho, unos siglos atrás, lo que nos hace perder la perspectiva de que llegar hasta el momento actual de desarrollo nos ha llevado millones de años.
Millones de años de transformaciones a base de selección natural.
Expresado en términos mundanos, selección natural significa que el más guapo, (con arreglo a los parámetros de la época) más fuerte, mejor desarrollado y más listo es el que se reproduce más, por supuesto con una compañera de las mejores características, lo que supone que sus respectivos genes se transmiten en mayor cantidad.
El feo, enclenque, mal parido y torpe no se come un colín, lo que impide que sus genes se divulguen en la misma medida o simplemente es eliminado antes de poder lograrlo.
Da pena, ¿no? Pues a la naturaleza le importa un pimiento.
A pesar de las similitudes que algunos animales de características cuasihumanas tratan de establecer con los simios, existen desde un punto de vista sexual, notables diferencias evolutivas que han ido asentándose por la sencilla razón de que han sido ventajosas evolutivamente.
Ventajoso significa en este contexto, por ejemplo, que si fuese adaptativo que camináramos a cuatro patas, seguiríamos haciéndolo; y si no lo hacemos, es porque es recesivo, limitante de la evolución.
Pero lo que me ha resultado más curioso del asunto es observar la importancia de la sexualidad en la evolución de la razón y los sentimientos humanos, no sólo de los rasgos anatómicos.
Darwin decía que la función crea el órgano y la falta de uso lo atrofia, pero existen corrientes actuales que defienden que las modificaciones adaptativas se han producido gracias a la mayor tasa de reproducción de los "casualmente" más aptos, no porque el cuello de las jirafas se haya ido estirando para alcanzar las ramas más altas, sino porque las que los tenían más cortos se morían de hambre mientras las otras comían y se reproducían.
Seamos partidarios de una teoría o la contraria, lo que podemos afirmar sin duda es que cuando el ser humano se hizo agricultor y pudo almacenar comida, dejó de necesitar el apéndice que en su época de cazador usaba como despensa portátil, lo que a la larga contribuyó a su minimización.
La ausencia de barriga como evidencia a los ojos de los demás de ese "protoestado del bienestar" que se disfrutaba se convirtió en rasgo deseable para las señoras por aquello de garantizar el sustento de sus vástagos. ¿Nos ponemos a darle vueltas a la idea de que los budas suelen ser barrigones mientras que Jesucristo era delgado? Mejor dejémoslo para una mejor ocasión.
Entonces ¿cuál fue la causa de la evolución de la posición de la vulva femenina desde sus orígenes cuadrúpedos (no dejéis de leer este interesantísimo artículo de Remedios Morales? ¿por qué no evolucionaron igualmente todos los simios? ¿Acaso la estúpidamente denostada "postura del misionero" tiene una componente adaptativa? Y si la tiene ¿cuál es?
Yo me atrevo a hacer una especulación, que no será mía sin duda, sino pensada mucho antes, y que consiste en lo que desarrollaré a continuación.
Incluso en sociedades precivilizadas como la antigua mongola de Gengis Khan y la mayoría actual del mundo musulmán (ahora van y me lapidan) en las que todavía se considera moralmente aceptable la poligamia, es decir, en las que se considera a la mujer como un mero objeto de la satisfacción masculina hasta en el paraíso, existe el papel de "la favorita".
La favorita es la única cuyos descendientes heredan el rango del poderoso progenitor y consecuentemente poseen más probabilidad de difundir ampliamente su ADN.
En contraste, a las mujeres relativamente insignificantes, a quienes puede considerarse una "cualquiera" entre tantas, se les reserva básicamente el papel de productoras de ocio, mientras que a las que tienen otra significación, bien por su origen igualmente noble o de alto rango social, se les dispensa un trato más respetuoso (no vaya a ser que el suegro se mosquee y la arme), no se les trata aquí-te-pillo-aquí-te-mato como a "perras" cuadrúpedas, sino que el varón se molesta en observar su rostro para comprobar si las habilidades que está desplegando le son o no satisfactorias, pues de ello depende en parte su propia seguridad física y psicológica. Tener a "la enemiga" en casa con un poder similar al propio es un problema de los gordos.
Por si esto no fuera suficiente, una "cualquiera" no podía negarse a la cópula forzosa del marido-dueño, pero sí podía hacerlo la primera esposa si el machote no se comportaba adecuadamente, porque sin descendencia legítima su poder se tambaleaba hasta correr peligro frente a nobles competidores.
Ella podía simplemente cerrar sus piernas y negarse al casquete en plan represalia por las inatenciones del animal. La "cualquiera" se quedó con el chirri en el culo pariendo bastardos.
Y si aceptamos, parafraseando, la excelente definición del concepto amar de Erich Fromm: Amar es ocuparse activamente por la vida y el crecimiento de lo que amamos; podemos empezar a entender un poco mejor de dónde surge esta conducta -que no sentimiento- adaptativa humana.
Con el paso de los milenios, las favoritas, aquellas con las que se practica la postura del misionero, tienen más descendencia y mejor dotada, lo que nos lleva al punto actual.
Esa es la razón por la que, a pesar de los pesares, las mujeres, al contrario que las simias, tenéis el chichi entre los muslos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Erich Fromm eh ? entre la cita a este y el comentario sobre la barriga de Buda y la delgadez de Jesucristo se escurre este post. Todo va a dar al mismo sitio: el desagüe. Un beso, tesorín, eres un genio. Te sigo compulsivamente.
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