Aprender a decir NO


Ayer me llamó por teléfono uno de mis grandes amigos. Hacía meses que no hablábamos. Y lo que imaginé que iba a ser una distendida conversación sobre la ya extinta pandemia y demás asuntos sobre los que tenemos que actualizarnos, resultó ser la crónica del drama que acababa de vivir con su hija.

No puedo dar demasiados detalles para evitar que en una de esas vueltas de la vida se descubra su identidad, pero puedo decir que básicamente su hija preadolescente ha sufrido un trastorno neurológico derivado —según los psiquiatras y psicólogos infantiles— de su incapacidad de decir no

El trastorno ha cursado con frecuentes desvanecimientos sin explicación neurobiológica, algún que otro episodio de vómito autoprovocado y autolesiones leves. Terrorífico para cualquier padre.

Tras darle unas cuantas vueltas, y por si a alguno de los lectores le ocurre algo parecido y necesita ayuda, aunque se puede aplicar a cualquier edad y persona, estas son mis reflexiones:

 

 

El problema de aprender a decir no

Como los psicólogos y psiquiatras son muy bobos —qué decir de los coaches y demás farándula— no se dan cuenta de que al pretender eliminar la incapacidad de decir no están creando un problema adicional, porque para desarrollar la habilidad de decir no hay que practicarla... ¡diciendo no! 

¡Y ese es justo el problema!

¿Cómo una persona que no es capaz de negarse a complacer a los demás va a entrenar la habilidad de negarse? ¿No se les ha ocurrido otra cosa a estos lumbreras? Pretenden resolver un problema añadiéndole un metaproblema. Así la pobre niña tiene dos problemas en lugar de uno.

Además, el problema de la recomendación de "aprender a decir no" que se supone que necesita —y que tan de moda está porque es fácil de repetir sin tener que molestarse en pensar—, especialmente para los ineficientes psicólogos y psiquiatras, es que es obviamente negativa. Pero, ¿qué se puede esperar de un gremio que a la capacidad de decir no la llama asertividad?

Y el ser humano en términos genéricos es un ser constructivo, o esa es la característica clave del ser humano, porque asi es Dios y nosotros somos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza, por lo que a una persona con un mínimo nivel evolutivo le resulta desagradable negar. Siempre —salvo excepciones— es mejor sugerir, recomendar, que prohibir,

Desagradable para quien enuncia la negativa, porque estamos frustrando un intento de actuación de otra persona, que puede defenderse por no estar de acuerdo y ser el comienzo de una discusión, una refriega o algo peor, y al frustrado porque se pretende anular su independencia y autonomía para actuar según ha pensado.

Y para los borregos que tienen en la boca todo el día la peripatética expresión empatía que tampoco entienden, para intentar que la vayan entendiendo, añadiré que no nos gusta negar porque no nos gusta que nos nieguen a nosotros lo que nos apetece.

 




La solución evolutiva

Lógicamente, la opción adecuada —porque es la opuesta— es la cristiana, porque ni requiere armarse de valor para enunciarla (no genera un metaproblema), ni nos hace correr el riesgo de una reacción agresiva por la otra parte; al contrario, se predispone al otro en nuestro favor. Y esto extendido a toda la vida, contribuye a que seamos más apreciados y queridos por los demás, además de que nos convertimos en ejemplo vivo para que los demás lo hagan y así se extienda a toda la humanidad. ¿A que es estupendo? Y gratis.

¿Y cuál es esta opción milagrosa? Muy sencilla: dar las gracias.

Agradecer es, además de saludable, una opción coherente con las Virtudes Cardinales, concretamente la primera, la prudencia. La prudencia es más que detenerse un momento —en este caso antes de responder con un no—, porque implica prever las consecuencias de los actos. Pero si no te paras, si no haces una pausa antes de responder, no da tiempo a prever nada (salvo en caso de automatismos bien entrenados), y sin previsión de consecuencias no puedes atenuar o eliminar las indeseadas, las destructivas.

Así que agradecer sólo tiene ventajas, pero hay que entrenar la habilidad de hacerlo para automatizarla, aunque es muy fácil, gratificante y puede ser hasta divertido: se puede practicar con estas sencillas opciones del lenguaje coloquial, aunque cada uno las puede personalizar para su edad y contexto. Quien lo necesite, que se haga una lista y durante una semana las repita todas al menos una vez al día, teatralizándolo, actuando, fingiendo que se habla con alguien:



— Muchísimas gracias, qué amable, aunque lamentablemente no voy a poder porque...

— Jo, no sabes cómo te lo agradezco, me encantaría, pero...

— Me encantaría, muchas gracias, es un detalle muy amable por tu parte...

— Muchas gracias por pensar en mí, de verdad, te lo agradezco mucho, aunque mucho me temo que...

— Qué amable eres, muchas gracias, muchas gracias, quizá en otro momento...

— ¡Cómo me cuidas!, te lo agradezco una barbaridad, me encantará hacerlo en cuanto pueda...


 

Podéis hacer una tormenta de ideas y jugar a hacer más frases, así quien lo necesita lo practica mientras lo hacéis y luego puede entrenar ella la habilidad leyéndolas.

Si tenéis alguna duda, recordad que podéis escribirla en los comentarios. Y vuestras frases también, para añadirlas y ayudar mejor.

 


 

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