Explicación evolutiva del periodo refractario tras el orgasmo

El sentido común es el menos común de los sentidos, y encontrar sentido común en la sexualidad es aún más extraño dado lo primario de su origen. 

Las relaciones sexuales siempre surgen de impulsos procedentes de los estratos más primitivos del encéfalo por más que alguno se empeñe en creer que tienen algo que ver con el amor, y no se diferencian esencialmente de las del resto de los animales, pero hay matices propiamente humanos como el comportamiento durante el periodo refractario.

¿Qué hacemos los varones y las féminas tras el/los orgasmos? Me encantaría que cada uno de vosotros nos contárais cuál es vuestra costumbre, pero por si acaso no os animáis, voy a especular un poco al respecto en términos generales.

Los varones tendemos a quedarnos chafados, como si se nos hubiese ido toda la energía por la cola. Es una lástima, porque sin esa reacción vagotónica podríamos seguir chingando hasta que se nos desollara; pero el aparente inconveniente tiene una probable explicación: forzarnos a parar y ahorrar energía para poder continuar nuestras actividades, entre ellas y sobre todas, garantizar el sustento de los productos de anteriores orgasmos.

En algún libro leí hace mucho tiempo que a los mandarines chinos les privaba esto del seso, y que tenían a sus pobres alquimistas buscando la pócima que les permitiera librarse del período refractario y poder así cepillarse a toda china viviente. Hasta ellos habrían llegado las fantasías hindúes de la multiorgasmia masculina y como tampoco eran capaces de lograr dominar el arte, deseaban encontrar la solución cómoda. No sé si encontraron algún secreto que les permitió pasarse la vida chingando hasta el punto de no tener tiempo ni de cortarse las uñas, o si su longitud se debía a otras causas más ornamentales, de rango o de otro tipo.

El caso es que parece de sentido común que exista una imposición biológica de este tipo contra nuestros deseos, porque además, un orgasmo acostumbra a reducir el deseo copulatorio hasta el nivel que desean nuestras hembras: el suficiente para no tener ganas de buscar fuera de casa.
Así, los varones normalmente preferimos que ellas nos dejen en paz tras la eyaculación, necesitamos descansar antes de volver a la carga o simplemente dormir plácidamente, algo muy frecuentemente malinterpretado por ellas, que por el contrario tienden a preferir pasarse un rato dando y sobre todo recibiendo mimitos y carantoñas. Muchas, con poco sentido común, interpretan nuestro agotamiento como falta de interés o incluso de amor, pero no hay nada de eso. Es tan evolutivo nuestra necesidad de descanso como la suya de actividad, por lo que habría que ponerse de acuerdo en qué se hace: si cada uno lo que le apetece o si alguno cede a las presiones del otro.

Es cierto que si uno soporta los terribles primeros cinco minutos -más o menos- posteriores sin desparramarse en la cama puede dedicarse a las carantoñas porque ha cortado la natural reacción vagotónica que nos lleva al profundo hogar de Morfeo, pero desde luego no es la experiencia más agradable para el varón, es como asistir a una aburrida conferencia después de una comida copiosa y sentarse en primera fila: te quieres morir de sueño. 

Supongo que si no se aclaran las cosas adecuadamente desde el principio, o si es ella la que impone su voluntad, terminará perdiendo la batalla con el paso de los años... justo cuando su estrategia de captura de su macho particular haya dado sus frutos: cuando haya sido madre. Entonces, incluso, preferirá que se vaya a paseo o peor: se pondrá a hablar de la compra, la comida y las tareas del día siguiente.  

¿Cuál es vuestra opinión al respecto?





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