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El conocimiento implícito y explícito en la sexualidad 1ª parte

La mayoría de las personas, si no todas, disponemos de conocimientos implícitos, y un ejemplo simple es llevarnos la cuchara a la boca cuando comemos sopa. A nadie se le ocurre abrir la boca para recibir una cucharada antes de tragar la precedente, por razones que sobra explicar. El momento de abrir la boca para la siguiente cucharada no es un conocimiento explícito, no pensamos en cuándo lo hacemos, probablemente nunca en nuestra vida adulta habremos puesto atención en ello, simplemente lo hacemos, lo que lo convierte en conocimiento implícito, automatismo sin intervención de la consciencia.

El lenguaje del amor

Resulta paradójico y a la vez inquietante caer en la cuenta de que para establecer uno de los más serios compromisos que adquirimos en la vida como es el matrimonio, prestemos mucha menos atención al currículum personal del candidato que si fuésemos a contratar a un trabajador. 

El resultado es evidente, más matrimonios rotos, más hijos sin familia, más problemas con las sucesivas parejas y los hijos de cada cual... ¿Cómo no vamos a vivir en una sociedad enferma? ¿Os imagináis que una empresa contratase al primero que cae simpático al jefe? 

Algo tan absurdo no suele darse, de hecho, los directivos con frecuencia se fijan más en los aspectos personales de los candidatos que en los técnicos, y habitualmente prefieren contratar a los recomendados por los propios trabajadores. Porque una buena persona aprende rápido aunque tenga una cualificación menor, y no da tantos disgustos. A ver si nos vamos enterando.




No existe prácticamente una formación para el matrimonio ni para la paternidad, sin embargo podrás aprender a volar en ultraligero, programar en C++, o restaurar muebles. Así no es de extrañar que haya mejores pilotos de ultraligeros que cónyuges. Tampoco es extraño que con lo soberbios que acostumbramos a ser −¡qué me va a enseñar a mí nadie!− ni siquiera nos planteemos aprender unas cuantas cosas esenciales, evidencia de que estamos en una relación por el placer sexual o la compensación de carencias propias, pero no por amor. 

Uno de los aspectos clave en la educación para el matrimonio, insisto: C-L-A-V-E, es la comunicación (no la cháchara, ojo) No sólo porque normalmente hablamos como pensamos y pensamos como hablamos, sino porque influye en los demás. 

El estilo de comunicación conyugal pone a menudo en evidencia la escasa idea que tenemos sobre el amor. Pongamos por ejemplo que Luis llega a casa, tarde como habitualmente a causa de su trabajo, y Luisa le recibe −o viceversa− con un: “Estoy harta de que siempre llegues tarde” o “¿Es que nunca vas a llegar a casa a una hora normal?”. 

Parece algo insignificante ¿no? Más de dos estarán pensando: “¡toma, pues claro que se lo digo!”, sin darse cuenta de lo que están haciendo. “Siempre”, “nunca”, “todo”, etc. son generalizaciones, y por tanto muy probablemente mentiras. Hay excepciones, pero pocas: “todos morimos”, “siempre que llueve escampa”, “nunca sale el sol por el oeste”, etc., porque aunque cueste aceptarlo, cuando utilizamos una de estas generalizaciones es casi seguro que estemos faltando a la verdad. 

Si eres algo progre −mejor dicho, regre− pensarás a la ligera y creerás que te estoy dando la razón cuando dices que “no se puede generalizar”, con lo que evidencias tu desvarío. Generalizar es necesario e imprescindible para comunicarse, de lo contrario tendríamos que definir concretamente las características de cada mesa o cualquier otro objeto del que hablamos. 

Sería muy incómodo y largo tener que decir “la mesa ovalada de madera de cuatro patas de madera torneada del comedor” para distinguirla de “la mesa redonda auxiliar de superficie de mármol con tres pies del comedor” cada vez que queremos referirnos a la mesa del comedor, ¿verdad?, por eso generalizamos y decimos simplemente “la mesa del comedor”. 

Como te habrás dado cuenta, generalizar es como el sexo o cualquier otra cosa, es imprescindible, pero mal usado es un arma de destrucción masiva. No, Luis no “siempre” llega tarde, tampoco Luisa “nunca” te escucha. 

Cuando usas una generalización estás intentando cerrar a tu contertulio toda posibilidad de defensa y provocando por tanto una intensificación del conflicto. 



Sí, sí, nada de amor, lo que buscas es el conflicto, que prevalezca tu opinión a costa de agredir verbalmente al otro. O si no, pregúntate ¿para qué, con qué objetivo uso la palabra “siempre”, y no “hoy” o “ahora”? El recurso a esta perversión de la comunicación suele partir de personas insatisfechas o frustradas, dependientes, sin vida propia, desorientadas, agresivas, manipuladoras y más pendientes de lo que sienten acerca de las cosas que de la realidad de las cosas. 

Lamento sinceramente decir esto, pero “las mujeres” y “los progres” −otras dos generalizaciones− acostumbran a confundir de este modo la realidad y crear conflictos inexistentes fuera de su cerebro. Magnifican emocionalmente las situaciones de modo que el aludido “siente” que lo que el otro dice es cierto, o debe serlo a juzgar por el elevado tono entre agresivo y victimista del reproche sumado a la generalización. 

De todo esto se sigue que si quieres tener un matrimonio saludable, debes evitar estos verdaderos virus de la comunicación: SIEMPRE, TODO, NUNCA, CADA VEZ, JAMÁS, NINGUNO, etc. 

No te prometo un matrimonio idílico, pero sí que tendrás muchos menos y menos graves problemas.




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