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Adulterio: el mal, pero menor


Los seres humanos —sí, también tú— sufrimos una vulnerabilidad intrínseca de la que muy pocos se salvan —los asexuales y la mayoría de los religiosos— que es la causa de una gran parte de los problemas de la humanidad, y que como tal mal lo recoge metafóricamente el Antiguo Testamento de La Biblia:

9. ¿Por qué has menospreciado a Yahveh haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándole por la espada de los ammonitas?
II Samuel, 12 - Bíblia Católica Online

Esta debilidad intrínseca está causada por la existencia en el encéfalo humano de estructuras primitivas, que nos emparentan a todos los mamíferos con los reptiles y aves y que, siendo imprescindibles para la vida, también son la fábrica de las pasiones, que nos hacen padecer —eso significa pasión— impulsos incontrolables o difícilmente controlables.  

La Madre de Todas las Crisis

Rembrandt. El hijo pródigo
Iba a ponerme a escribir sobre la última de Las Cuatro Reglas, pero el panorama casi no permite a mi mente escapar del tormento que estamos viviendo y la perspectiva de la tormenta perfecta que se nos avecina. No soy de los siniestros furibundos que creen que La Madre de Todas las Crisis significará el final del modelo económico de libre mercado, porque sé que es el mejor y único viable si está fundado sólidamente en el Cristianismo Universal (Católico), pero sí una limpieza profunda de basura moral de origen protestante que dé lugar a regulaciones legales profilácticas que nos eviten sufrir este tipo de situaciones en el futuro. 

Sólo hay que pararse a pensar en la enfermedad para entender de lo que hablo: nadie hubiera investigado el cáncer, la gripe o el sida si no hubiesen existido; y no digo que el fin justifique los medios, sino que ante lo imprevisible o inevitable, el ingenio humano tiene capacidad para sortear los avatares más desagradables que además −como efecto colateral− nos catapulta un paso más arriba en la evolución; no es la primera vez que la búsqueda de un remedio proporciona cura para otro no previsto.




Últimamente he leído, cuando la actualidad me lo permite, el retroceso en el número de divorcios y separaciones a causa de la crisis; ya se sabe, cuando uno no puede independizarse para mejor, sino para mucho peor, puede acabar por aceptar lo que antes consideraba intolerable. Normalmente una trivialidad, pero inaceptable para un adulto cronológicamente pero crío mentalmente, carente de la saludable tolerancia a la frustración y al malestar. 

Hemos estado viviendo un período en el que la oferta superaba la demanda, no porque se hubiesen reproducido clones humanos a disposición del primer necesitado que pasase por allí, sino porque todo el mundo estaba en el mercado: solteros, ennoviados y casados. Nos relacionábamos con los demás como meros objetos sustituibles de consumo: ahora cambio los puntos por un nuevo terminal, luego me cambio de compañía, más adelante me paso a uno de los baratos operadores virtuales... simple y llanamente en la mayoría de los casos porque el nuevo produto nos gustaba más. Tenía las mismas prestaciones o tenía otras que nunca íbamos a utilizar, pero ¿qué importaba arriesgarse a perder lo conocido al cambiar si el mercado estaba saturado de novedades a disposición de cualquier bolsillo


Creímos que nuestro atractivo era suficiente para acceder a cualquier producto si el actual no satisfacía todas nuestras ilusas expectativas de regre prisaico, y que liberados, podríamos continuar nuestra vida sin quebrantos o incluso en un escalón superior. 

Todo era yo-mi-me-conmigo-miombligo, y lo que no se ajustaba a mi forma se ser y ver la vida, simplemente era desechado a la primera oferta ventajosa que apareciese. La cosa tenía que acabar así, porque la inmoralidad, en tanto que principio rector del pensamiento individual y la conducta se contagia a los grupos sociales, a las naciones y a todo el mundo globalizado. 

Algunos ya avisaban de que estábamos reproduciendo las escenas clave de la caída de los imperios egipcio y romano, pero estábamos tan distraídos viendo “Sin tetas no hay paraíso” o cualquier otro panem et circencis para borderlines, que no hacíamos caso a los malagoreros de siempre: la iglesia, el Papa, los “de derechas”, los conservadores, los meapilas... 

“Yo soy el más listo”, era y es aún, aunque ya con debilitada soberbia a causa del brusco aterriza como puedas en la realidad, el mantra a repetir. O lo que es lo mismo: “No hay Dios, yo soy Dios”. 

Los liberales más dogmáticos, realmente cóctel de sano liberalismo de la Escuela de Salamanca más el insano libertinaje protestante creador de hábitos-trampa que se vuelven contra uno mismo como un boomerang, opuestos a cualquier tipo de conservadurismo de lo esencial que nos ha traído hasta aquí, como el intento de borrar las raíces cristianas (por católicas, no por cristianas, porque los hijos pródigos son los de lutero) de Europa, despreciaban el supuesto dolor que sus desvaríos reptiloides sesentayochoístas causaban a sus familias, porque su placer estaba por encima de todo y, como decía en el inefable “Tus zonas erróneas” el esotérico guru Wayne Dyer, tus sentimientos al respecto son cosa tuya, padre, madre, cónyuge, hijo o quien sea que proteste por el perjuicio que se le causa. 

A más de dos no les quedará más remedio que aceptar al cónyuge pródigo, que vuelve a casa con las orejas gachas después de haber dilapidado fortuna y dignidad, pero no me digáis que no es para mandarle al guano. 

Aunque bien visto, si también más de dos encuentran −por fin− el verdadero sentido del verbo amar, habrá valido la pena tanto sufrimiento.