La sexualidad a los cincuenta años (1)


Los cincuenta años son una edad estupenda pero crítica. Además de que es ya casi totalmente descartable vivir otros tantos, la cantidad de experiencias vividas ya hace que cualquiera, nueva o no, nos seduzca menos que años atrás. Todo es menos excitante. Todo es más tenue, para mal y para bien, salvo la consciencia de la muerte, que lógicamente en estas edades a partir de los 40 está más presente, en algunas épocas demasiado y demasiado abrumadora y apesadumbradoramente, hasta que pillas la sintonía de Jesucristo y empiezas a surfear la vida sobre la ola que te va generando.

Si te has mantenido en buena forma hay que tener cuidado, porque (y esto lo he contrastado con amigos y famosos) estamos tan fuertes, rápidos, flexibles... como a los 25 ó 30 años, pero el cuerpo no tiene la misma capacidad de regeneración, por lo que es fácil lesionarse severamente, como ha sido mi caso, y sin expectativas ya de recuperación plena aunque casi casi, algo con lo que hay que cargar el resto de la vida con resignación cristiana, hasta que uno se acostumbra a los crujidos articulares y cosas así.

En cuanto a la práctica sexual —la cópula sexual que es posible sólo en el ámbito normosexual— después de los cincuenta años, también se producen cambios, pero no demasiado significativos, de los cuales voy a hablar a continuación para contribuir a tranquilizar a algún varón como yo y que esté en una circunstancia similar a la mía.

Y lo primero que hay que precisar es mi circunstancia, porque quizá mi experiencia no sirva para los que tengan otro tipo de vida. 

Mi circunstancia es que soy un hombre —varón, que las mujeres también son hombres— soltero, que nunca —desafortunada o afortunadamente— ha convivido con una mujer más de nueve años y que ha tenido, rolletes aparte, una decena de novias a lo largo de su vida, entendiendo por novia una mujer con la que se tiene la ilusión o el objetivo de llegar al matrimonio. Así de mal lo he hecho, o se me ha dado, porque es obvio que en las etapas inconscientes del sentido y las claves de la vida no era yo quien llevaba el timón de mi existencia.

Esto significa que no he experimentado la habituación a una mujer, a su cuerpo, sus intimidades, su olor, su sabor... para celebrar siquiera unas Bodas de Plata. No quiero decir que no sepa qué es habituarse, porque convivir con una durante siete u ocho años no es lo mismo que durante seis meses o uno o dos años, por lo que algo sé, aunque admito que no soy una autoridad en las relaciones matrimoniales como Dios manda, hasta que la muerte separa. (Porque sí, el matrimonio es absolutamente indisoluble, como explico aquí, no porque lo diga yo o lo diga el Papa, sino porque es así)



LO QUE NO CAMBIA


No, tu habilidad para hacer orgasmos a tu mujer no se pierde. Es una habilidad como montar en bicicleta, con la que te morirás aunque no la uses. Es posible pasar casi un año (mi récord son 11 meses a palo seco) sin copular con una mujer concreta y reaparecer como un torero, saliendo a hombros por la puerta grande de Las Ventas tras una faena de veinte o treinta orgasmos y un par de sonrisas de satisfacción hasta el cogote.

Y si ha sido una mujer nueva, ha sido igual: diez o quince clímax en una mujer con cierta experiencia (no me gusta intimar con las menores de 40 años, me parece casi pederastia, en todo caso improcedente).

Y lo mejor es que todavía hay margen de mejora, lo que significa que siempre habrá algo nuevo que poner en práctica, algún objetivo: hacerle un orgasmo más así o asá, o enlazarle varios, o alargarle alguno, o probar otro toque cienorgasmológico, mejorar la contención... 

Tampoco cambia el deseo reproductivo con una mujer nueva, en absoluto. Como os he contado en las últimas entradas, y os seguiré contando, mi última novia me tenía todo el día detrás de ella como un animal, incapaz de contenerme, tocándola, quitándole la ropa, mirándola, llenando sus huequitos con mis apéndices... como si (yo) tuviera 15 años. Si no hubiese sido por su ya limitada lubricación, que nos hizo bajar la frecuencia para evitar problemas (como hemos estado poco tiempo juntos en parte por la pandemia del Covid-19 dichoso no nos ha dado tiempo a pillar el punto al tema lubricante), le habría hecho más de cien orgasmos en varias tandas cada día con seguridad. Todavía me entusiasmo cuando lo recuerdo. ¡Bufff! (Y ya imagináis que si Jack Hammer dice ¡BuffF! se refiere a algo muy serio)



LOS CAMBIOS


Pero vayamos al grano, ¿qué cambia para el varón a los cincuenta? Vamos a ver primero los cambios y después cómo podemos frenar o compensar los cambios desagradables que pueden ir deteriorando la relación (si tienes alguna experiencia que sea útil compartir, hazlo en los comentarios): 


1 — Debilidad de la atención


Lo primero que cambia es la atención. Sí, en serio, pensabas que iba a hablar de otra cosa, algo más morboso, ¿verdad? Pues no, lo más notable que he percibido en mí es la menor estabilidad de la atención, y como la atención es la que dispara y mantiene la excitación, si se debilita la primera, se debilita la segunda.  

Eso de mantener una erección casi priapística durante horas es cosa del pasado. Me refiero a sin drogas, no como el pichabrava Fernando Sánchez Dragó, que me confesó recientemente que su última hazaña en la que hizo quince orgasmos (un aperitivo para un cienorgasmólogo) a su acompañante la realizó con ayuda de marihuana y éxtasis, el muy tramposo. Pero sí se puede mantener más o menos la compostura suficiente para seguir dando placer a la mujer mientras el aparato termina de ponerse a punto.

A estas edades, en ocasiones y en algunas circunstancias, una reacción inesperada de la mujer si aún no hay un conocimiento suficiente, y más si la reacción es desagradable, puede hacer que la concentración de la atención se desplome y con ella la erección, hasta dejarnos la cola toda morcillona. Y ahora a ver qué haces para que se vuelva a poner a tono, porque seguramente ya no estén presentes las mismas circunstancias que te llevaron a excitarte como un adolescente, ella habrá notado que te has desinflado y habrá descendido también su nivel de excitación (si su salida de tono no lo había echado a perder ya, que eso es lo que significa salirse del tono, o desentonar, o desintonizarse) por lo que se creará un círculo vicioso de falta de interés copulativo que puede ser difícil de romper.


Soluciones 


— Conviene poner el teléfono móvil en silencio, porque un despiste momentáneo puede hacer que ella se desconecte y se intercambien con los ojos y la expresión mensajes de desaprobación, de disgusto... Y como ya sabemos, a base de entrenar la frustración de las expectativas de lograr algo se va perdiendo el deseo de lograrlo. 

— Hacer una lista de sus reacciones indeseadas. Al escribirlas nos familiarizamos con ellas, y de esta forma nos molestarán menos. 

— Hablar con ella de las reacciones evitables para ir eliminándolas si es posible, o suavizándolas si no. También es posible aprovechar las reacciones indeseadas y convertirlas en deseables; un poco de pensamiento creativo en la ducha puede ayudarte a encontrar la forma de hacerlo si te lo propones. Incluso se pueden hacer chistes con las reacciones, para quitarles hierro también, y dar pie a unas buenas risas.

— Tomarse las resistencias como un reto. Para un varón es estimulante conseguir derribar defensas en su mujer. Está muy bien que la mujer las tenga, tiene que preservar en la medida de lo posible (en los tiempos que corren) su dignidad, sobre todo para los que no nos gustan las mujeres recatadas (je), pero cuando la cosa va en serio, cuando hay intenciones matrimoniales o cuando ya se ha formalizado, me parece que ya es momento de franquearlas. 

— Ayuno y abstinencia. Obligarse de mutuo acuerdo y por mutua conveniencia, a abstenerse de sexo un día de la semana, aunque apetezca a rabiar. No valen los días grises como los lunes o martes, cuando quizá no apetezca. Yo no lo he probado así, sólo he hecho abstinencias por evitar sobresolicitar el tejido vaginal (en cristiano: las escoceduras y llagas por exceso de uso), pero me parece la opción más lógica. No creo que hoy en día, con millones de personas haciendo ayunos y abstinencias (ayuno de dopamina, OMD, ayuno intermitente, dietas paleo y cetogénica o simplemente hipocalóricas) por razones normalmente estéticas aunque disfrazadas de salud, además de autoflagelaciones, cilicios y demás (yoga, mindfulness, pilates, crossfit, spinning, MMA...), haya mucho idiota que proteste porque sugiera hacer ayuno y abstinencia de sexo los viernes, pero seguro que alguno hay. La cosa es sufrir un poquito, pero voluntariamente, por el deseo no satisfecho, para mantenerlo vivo. 


Continuará. 

(Si se os ocurre alguna y os parece que ayudaría a alguien compartirla, hacedlo en los comentarios.) 





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