Bill Gates ha muerto (por el pitilín). Firmado: Dios

 


Cuanto más subes, más dura es la caída si caes y, finalmente, todos terminamos cayendo; así que no conviene ensoberbecerse. 

Bill Gates, ese (otro) hombre que se atrevió a desafiar a Dios, acaba de emprender un camino incierto, que no sabemos dónde le llevará, si a abandonar sus sueños de omnipotencia, de manipulación de la humanidad hacia donde a su poderoso desvarío se le antoje —sueños derivados de su paranoica obsesión de frenar la hipotética superpoblación de la Tierra— o por el contrario le impulsará a arreciar en sus ataques contra la libertad, contra la Verdad.

Cuenta el Antiguo Testamento que fue el rey David —el vencedor de Goliath, y gracias a éste y otros méritos, elegido por Dios para reinar en Israel— quien cometió el error (pecado) de obsesionarse con la esposa de uno de sus generales, Urías, a quien mandó a una guerra perdida con la esperanza de que no volviera vivo y finalmente mandó asesinar para así poder quedarse con la mujer. Esa obsesión fue el fin del gran rey, su caída en desgracia.



    ¿Por qué menospreciaste a Yahvé haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya (...)?

2 Samuel 12:9





Como en el resto de las cosas de la vida, nada se posee permanentemente, todo se pierde sin un esfuerzo por mantenerlo, porque la tendencia a la entropía es consustancial a la existencia en este universo en que vivimos. Y hay quien cree —en realidad todos lo creemos— que basta con tener para mantener, o que lo que uno tiene es fruto de su valía, de su esfuerzo, de su mérito, en lugar de —Ortega y Gasset dixit— su circunstancia.




En el caso de Gates también ha sido una debilidad, un lío de faldas, de pitilín ingobernable, como suele ser habitual dado que es la principal vulnerabilidad de las personas, lo que ha precipitado el nuevo quiebro en la historia. Una infidelidad de Guillermo con una empleada de Microsuave, algo tan intrascendente en una persona cualquiera... genera en su caso unas consecuencias de enormidad incalculable.

Ahora, con el cambio de vida que se le avecina, tendrá que recuperarse de sus heridas, en todo caso cambiar de casa, de actividades, de rutinas, de compañías... tendrá que escuchar opiniones diferentes, críticas... lo que implica inevitablemente nueva información en su cerebro, ergo nuevos intereses, otros objetivos de su atención. 

Como no somos profetas no podemos adivinar hacia qué derroteros encaminará su vida, pero lo que es seguro es que en los próximos tiempos veremos otro Guillermo Puertas, nacido igual que el otro en Seattle, pero otra persona ya. De lo que no tengo ninguna duda es de que Dios proveerá lo mejor para todos nosotros, ni dudo de que va a ser interesante seguir su biografía y la de la también presuntamente católica Melinda que no ha sido capaz de perdonar una infidelidad (si no hay algo más que no sabemos), a partir de ahora. Y los derroteros de la aparentemente filantrópica fundación de ambos.   

De la historia, como la del rey David, y de tantas otras, podemos extraer la moraleja de que no nos podemos dormir en los laureles, ni en lo terrenal, ni en lo sobrenatural. Porque quien maneja mi barca (como diría Remedios Amaya en aquel Eurovisión de 1983) no soy siempre yo, a veces es Dios, que es el único ente que nunca se equivoca en sus decisiones y va reparando los líos en que nos mete el pitilín, y el chochín a las chicas, o facilita que se nos desboque el pitilín para cortarnos los cojoncetes y que se nos así baje la vanidad, que nos distraigamos, y no fastidiemos tanto.

No eras invulnerable, Guillermo, pero te creíste Dios, y como has podido comprobar Dios no admite competencia. 




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