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El lenguaje del amor

Resulta paradójico y a la vez inquietante caer en la cuenta de que para establecer uno de los más serios compromisos que adquirimos en la vida como es el matrimonio, prestemos mucha menos atención al currículum personal del candidato que si fuésemos a contratar a un trabajador. 

El resultado es evidente, más matrimonios rotos, más hijos sin familia, más problemas con las sucesivas parejas y los hijos de cada cual... ¿Cómo no vamos a vivir en una sociedad enferma? ¿Os imagináis que una empresa contratase al primero que cae simpático al jefe? 

Algo tan absurdo no suele darse, de hecho, los directivos con frecuencia se fijan más en los aspectos personales de los candidatos que en los técnicos, y habitualmente prefieren contratar a los recomendados por los propios trabajadores. Porque una buena persona aprende rápido aunque tenga una cualificación menor, y no da tantos disgustos. A ver si nos vamos enterando.




No existe prácticamente una formación para el matrimonio ni para la paternidad, sin embargo podrás aprender a volar en ultraligero, programar en C++, o restaurar muebles. Así no es de extrañar que haya mejores pilotos de ultraligeros que cónyuges. Tampoco es extraño que con lo soberbios que acostumbramos a ser −¡qué me va a enseñar a mí nadie!− ni siquiera nos planteemos aprender unas cuantas cosas esenciales, evidencia de que estamos en una relación por el placer sexual o la compensación de carencias propias, pero no por amor. 

Uno de los aspectos clave en la educación para el matrimonio, insisto: C-L-A-V-E, es la comunicación (no la cháchara, ojo) No sólo porque normalmente hablamos como pensamos y pensamos como hablamos, sino porque influye en los demás. 

El estilo de comunicación conyugal pone a menudo en evidencia la escasa idea que tenemos sobre el amor. Pongamos por ejemplo que Luis llega a casa, tarde como habitualmente a causa de su trabajo, y Luisa le recibe −o viceversa− con un: “Estoy harta de que siempre llegues tarde” o “¿Es que nunca vas a llegar a casa a una hora normal?”. 

Parece algo insignificante ¿no? Más de dos estarán pensando: “¡toma, pues claro que se lo digo!”, sin darse cuenta de lo que están haciendo. “Siempre”, “nunca”, “todo”, etc. son generalizaciones, y por tanto muy probablemente mentiras. Hay excepciones, pero pocas: “todos morimos”, “siempre que llueve escampa”, “nunca sale el sol por el oeste”, etc., porque aunque cueste aceptarlo, cuando utilizamos una de estas generalizaciones es casi seguro que estemos faltando a la verdad. 

Si eres algo progre −mejor dicho, regre− pensarás a la ligera y creerás que te estoy dando la razón cuando dices que “no se puede generalizar”, con lo que evidencias tu desvarío. Generalizar es necesario e imprescindible para comunicarse, de lo contrario tendríamos que definir concretamente las características de cada mesa o cualquier otro objeto del que hablamos. 

Sería muy incómodo y largo tener que decir “la mesa ovalada de madera de cuatro patas de madera torneada del comedor” para distinguirla de “la mesa redonda auxiliar de superficie de mármol con tres pies del comedor” cada vez que queremos referirnos a la mesa del comedor, ¿verdad?, por eso generalizamos y decimos simplemente “la mesa del comedor”. 

Como te habrás dado cuenta, generalizar es como el sexo o cualquier otra cosa, es imprescindible, pero mal usado es un arma de destrucción masiva. No, Luis no “siempre” llega tarde, tampoco Luisa “nunca” te escucha. 

Cuando usas una generalización estás intentando cerrar a tu contertulio toda posibilidad de defensa y provocando por tanto una intensificación del conflicto. 



Sí, sí, nada de amor, lo que buscas es el conflicto, que prevalezca tu opinión a costa de agredir verbalmente al otro. O si no, pregúntate ¿para qué, con qué objetivo uso la palabra “siempre”, y no “hoy” o “ahora”? El recurso a esta perversión de la comunicación suele partir de personas insatisfechas o frustradas, dependientes, sin vida propia, desorientadas, agresivas, manipuladoras y más pendientes de lo que sienten acerca de las cosas que de la realidad de las cosas. 

Lamento sinceramente decir esto, pero “las mujeres” y “los progres” −otras dos generalizaciones− acostumbran a confundir de este modo la realidad y crear conflictos inexistentes fuera de su cerebro. Magnifican emocionalmente las situaciones de modo que el aludido “siente” que lo que el otro dice es cierto, o debe serlo a juzgar por el elevado tono entre agresivo y victimista del reproche sumado a la generalización. 

De todo esto se sigue que si quieres tener un matrimonio saludable, debes evitar estos verdaderos virus de la comunicación: SIEMPRE, TODO, NUNCA, CADA VEZ, JAMÁS, NINGUNO, etc. 

No te prometo un matrimonio idílico, pero sí que tendrás muchos menos y menos graves problemas.




Sexo, pene, vagina, clítoris, follar, sexo, sexualidad, virginidad, orgasmo, placer, tríos, penetración, tetas, culo, anal, lubricante, dildo

Las Señoras de los Anillos. (El anillo de la castidad)



T
odo lo que sube, baja. Y viceversa. Quien haya creído que el mundo acabaría pareciéndose a un nirvana islámico se equivoca. Especialmente errados andan los que no han llegado a la cuarentena, para los que la vida es una escalada inacabable en pos de las altas cimas que la imaginación promete, la vida alegre, la utopía del todo es posible, sin fin, para siempre. Demasiados adolescentes eternos han pensado que el mundo se dirigía inexorablemente hacia un paraíso de sexo indiscriminado, buena vida, poco trabajo y menos esfuerzo, auspiciado por papá Estado con los impuestos de los pobres necios currantes, los que piensan a la voz de su amo.

Pero cuando uno ya lleva suficientemente −cronológica y psicológicamente− fuera del útero materno y ha llegado a divisar todo el panorama que queda por detrás y por delante desde la cumbre, se da cuenta de cómo han cambiado las cosas, y más aún, del cambio que viene inevitablemente. No, no estoy hablando de Obama. Hace justo treintaaños éste que les escribe corría en una de las zonas más calientes de España −no, no; tampoco es lo que estáis pensando− perseguido por aquellos grises que, a lomos de sus Sanglas (¿os acordáis del chiste?), transportaban a otro que sentado hacia atrás, disparaba sus pelotas de goma contra todo aquel que asomase la nariz. Yo era muy machote, muy ágil y corría muy rápido, por eso me salvé de lucir una de esas heridas de guerra, pero no era muy consciente de lo que hacía allí; es más, visto desde hoy era un crío necio e idealista con el seso sorbido por fantasías cheguevarianas. Pero había que luchar por La Libertad, así con mayúsculas, de modo que no había demasiado que dudar, estabas con Franco o contra Franco. Ni tus padres te lo impedían.



Supe después que en esas llegó a España lo que llamaban amor libre pero no lo caté −porque en mi pueblo decían que decía el obispo que allí chingar no era un pecado, sino un milagro− y con él aquello de “La virginidad produce cáncer, vacúnate”. Se suponía que la libertad implicaba que una debía abrirse de patas tranquilamente ante el primer salido que pasase a su lado, so pena de excomunión. Por la misma regla de tres a uno le debía dar igual cagar en público cuando le viniese el apretón porque ¡qué era aquella mojigatería de las inhibiciones y el pudor!. ¡Ah, cuanta inteligencia oprimida liberó la democracia!

Hemos pasado de alejarnos como de la peste de cualquier chica que no fuese virgen a ir a Bayona a ver a Marlon Brando El último tango en París (yo no, que era quitito), y de ahí a poner a nuestros hijos delante de un aparato que vomita sexo más o menos explícito y más o menos normal, hasta en los anuncios de gaseosa; y eso por no hablar del antiguo payaso (¿o es ahora cuando realmente lo es?) Emilio Aragón & friends y su repulsiva La Secta, ésa que vamos a salvar todos de la bancarrota con nuestros impuestos. Hoy en día está de moda ser adictos al sexo, anormosexuales, exhibicionistas... y ¡hay de quien no comulgue con el credo que imparten sus obispos!.

¡Cómo se le va a ocurrir a uno ir en contra de la corriente de fondo dominante! Te tacharán de conservador, teocon, meapilas y retrógado si les pillas en un día bueno, de machista, homófobo, ultraderechista o facha si en uno regular, o te silenciarán si les tocas las pelotas. Su poder es tan hegemónico, tan abrumador que llega a asfixiar; imponen su siniestra moral, sus catecismos, biblias y profetas en todos los aspectos de la vida. Estos, los de alma perversa que dijeron luchar por la libertad entonces y ahora no quieren dejar de darse la buena vida, o se sienten tan mal en su pellejo que necesitan dominar a los demás como si fuesen sus perros, se aferran a muerte a su poder. Mientras tanto, los que entonces nos la jugamos (yo poco, todo lo más un par de mamporros) por la libertad, volvemos ahora, con poco pelo, algo de barriga y muchas canas, a volver a provocar a los grises −éstos no de uniforme, pero sí de alma− y desafiar el riesgo de llevarnos un pelotazo en la boca.

Para seguir avanzando todo vuelve, los tiranos de entonces son los oprimidos de ahora, y los oprimidos de antes, los nuevos dictadores. ¿Lo malo? que ahora también nosotros, los que nunca hemos mandado y a pesar de ello hemos defendido la libertad, vivimos bajo su bota, o mejor, bajo su ZaPato. Y si algún día la nueva corriente resulta asfixiante, los que no estemos criando malvas y otros nuevos seguiremos defendiendo la libertad individual, una vez más algunos volverán a aferrarse a su poder... y así hasta la eternidad. Es agotador, pero ¿y si no lo hiciéramos?.

Mientras tanto, disfrutemos con el espectáculo y del artículo: Vuelve la castidad.


Gracias a Lady Godiva por darme la pista del artículo en su blog.





Contra el romanticismo


Acabo de leer este interesante post sobre el romanticismo, así que hago un paréntesis a la cienorgasmología.


Dice Carlos: 

El filósofo Ferran Sáez, en su último e interesante libro Els bons salvatges, define el romanticismo como "una de las peores enfermedades que ha padecido nunca la cultura occidental". Más adelante también califica al romanticismo como "catástrofe cultural".

La verdad es que no puedo estar más de acuerdo con esta opinión. En sentido coloquial, se entiende por romanticismo dar más importancia a los sentimientos que a la razón, a la subjetividad que a las normas, mientras que en una acepción culta, generalmente se piensa en Brahms o en Mahler. Ambas acepciones son muy insuficientes. 

En primer lugar, Hume ya expuso la falacia que se encierra en la contraposición entre sentimientos y racionalidad. Lo que se suele dar en realidad es un conflicto entre sentimientos distintos. Por otra parte, el uso culto del término no puede hacernos perder de vista que el romanticismo impregna toda la cultura popular actual. Jim Morrison o los Guns N'Roses son también claros ejemplos de artistas románticos, tanto desde el punto de vista biográfico como estrictamente musical.

Continúa, así que sigue leyéndolo en el blog Archipiélago Duda Y luego lo comentamos por aquí si os parece.


La sexualidad, ¿instinto o emoción?

Es obvio que la pulsión sexual es un instinto, que pertenece a ese tipo de habilidades innatas con las que somos dotados desde que somos concebidos y que permite la supervivencia de la especie, se trata de habilidades programadas básicas como comer, defecar, orinar, beber... y que se ubican en el cerebro reptiliano en el ser humano, que se corresponde con el primer escalón de la (chapucera) pirámide de Maslow.
Y, si es un instinto, ¿por qué se le da carácter de emoción? ¿por qué se asocia erróneamente con el enamoramiento y más aún con el amor? ¿Con qué objeto se realiza esta asociación? ¿De dónde sale esta asociación? 

El amor tiene tanto que ver con el sexo como lo que tienen de similar un huevo y una castaña. No, no es coña; es evidente que a pesar de que utilicemos este dicho popular para evidenciar diferencias, el huevo y la castaña comparten numerosos rasgos comunes: son alimentos, naturales, su morfología carece prácticamente de aristas, ambos tienen una cáscara no comestible y un interior nutritivo; ambos son precursores, el primero de un ave y el segundo de un castaño... por lo que podemos concluir que tienen un buen número de similitudes, y más si los comparamos con casi cualquier otra cosa: un vaso de vidrio, una lechuga, o un chip de memoria. 

Cualquiera que se haya introducido en nuestra amplia sección de El Arte de Amar (columna de la derecha) sabe que la sexualidad es un componente del amor conyugal (pareja tienen los animales), no a la inversa. Un componente que no aparece en ninguno de los otros ámbitos en los que se aplica el amar auténtico: a Dios, a los hijos, a la familia, a los amigos, a la naturaleza, al trabajo, al ocio... que también son similares entre sí aunque no exactamente iguales, porque aunque reflejan conocimiento, práctica, entrega, empeño, disciplina, constancia, etc., se observa en ellos precisamente la ausencia del componente de instinto sexual.



La sexualidad surge del cerebro más primitivo 

A la primera pregunta que nos hacíamos más arriba puede responderse que la sexualidad se confunde con la emoción porque el cerebro reptiliano es una estructura más antigua y más profunda en el cerebro humano, lo que significa que su activación repercutirá inevitablemente en otras áreas cerebrales de dentro a fuera, atravesando el sistema límbico o paleomamífero y llegando a la torre de control del encéfalo humano, allí donde se puede abortar una conducta o permitir su despegue: el neocórtex o cerebro neomamífero. Esto se puede entender más fácilmente si pensamos en el (mal) olor corporal: si apestamos a sudor rancio, el olor atraviesa las sucesivas capas de ropa, llega hasta la última y finalmente se filtra al exterior. El instinto sexual igualmente atraviesa las capas encefálicas sucesivas desde la más antigua a la más reciente, pugnando allí con los filtros morales por aparecer en el exterior en forma de conducta favorecedora de la conducta sexual. 



¿Te gusta conducir, o prefieres chingar? 

La segunda y tercera pueden responderse de manera simple: la sexualidad vende, y mucho. Vivimos en un mundo mercantilizado (afortunadamente, aunque con sus desventajas), en el que un producto tiene más éxito si es asociado al éxito sexual, al éxito reproductivo. 

Ético no es, claro, porque lo que consigue es desarrollar en los incautos una alteración en los mecanismos de recompensa cerebrales; en cinco palabras: desarrolla la adicción al sexo. Y como el heroinómano, o el alcohólico, tenderá a buscar la satisfacción de su necesidad de recompensa como los monos, por encima de valores adaptativos como la responsabilidad, la fidelidad, el respeto a la propiedad privada, la decencia, el pudor, la castidad, la dignidad, etc.; resumiendo: del “Ama al prójimo como a ti mismo”, frente al hedonismo “Yo, mi, me, conmigo, lo que me mola, y punto”. 



La siniestra haciendo de las suyas 

Y para terminar con las preguntas, ¿de dónde sale esta asociación? 

Ya hemos visto que surge del mercado, pero también de otros elementos ideológicos, fundamentalmente siniestros, socialistas con sus manifestaciones varias, infelices, frustrados, idealistas... que buscan algún modo de activar sus sistemas de recompensa, ante la imposibilidad de realizar sus ensoñaciones. 



La sexualidad cienorgasmológica 

No voy a afirmar que es posible una sexualidad instintiva, madura, responsable, libre en el sentido de adoptada en absoluta libertad... sin la intervención de las emociones, pero sí que la sexualidad en tanto que coherente con el auténtico amar− es más gratificante si surge del instinto sexual puro, sin cualquier otro tipo de interviniente como la necesidad de reproducirme −ya lo hice en mi momento−, de dominar, de ocultar mis inseguridades, de relajarme, etc. 

No, lo que debería proporcionar satisfacción a todo cienorgasmólogo es saber que está haciendo disfrutar a su mujer, no lo que él disfruta; aprovechar que el instinto llena a reventar de sangre a la amiga, y dedicarse −porque puede−, por encima y delante del propio placer, al de ella. 

Quizá por ello me repugne tanto la abyecta expresión “hacer el amor” y su extensión por parte de la cultura regre, porque se trata de una vana presunción de actividad cienorgasmológica proactiva, madura, libre y consciente, cuando en realidad es justo lo contrario: reactiva, inmadura, esclava e inconsciente, pura e-moción (etimológicamente: que te mueve hacia fuera) que anula el sutil y sosegado sentimiento; pulsión sobreactivada que lleva al insatisfecho a buscar su propia satisfacción, y, si hay suerte, como daño colateral, la de su mujer.


Lo que nos une es lo que nos separa. (Conoce las causas de tu futura separación)




Ya, ya, ya sé que esto últimamente parece Salsa Rosa en lugar del Templo de la Cienorgasmología, pero creo que el de hoy va a ser un tema muy interesante, sobre todo para los que aún no tienen pareja, aunque útil también para los que ya la tienen.

Ya sabemos que el enamoramiento −enajenación mental transitoria, dice una amiga psicoloca, porque sólo dura mientras dura dura− es una estrategia de la naturaleza para la pervivencia de la especie, durante el cual las áreas cerebrales responsables de la crítica social se desactivan. El otro no tiene fallos, es perfecto, sublime, intachable; sus obvios defectos físicos nos pasan desapercibidos, ocultos bajo el encanto del nuevo aroma corporal, tacto de la piel... incluso la halitosis más densa se transfor
ma como por arte de birlibirloque en mera peculiaridad personal. Y viceversa, claro, que aquí padie es nerfecto. Todo esto ya lo hemos hablado en alguna ocasión, aunque no desde este nuevo punto de vista.






Fijaos, sé que puede resultar difícil de entender por lo complejo de explicar, pero merece la pena
detenerse en ello: ¿Qué es lo que nos une? ¿Qué es aquello de tanto valor que percibimos en el otro para necesitar que todos los defectos queden ocultos y nos lleve a caer irremisiblemente en las redes que nos tienden? ¿Si los viéramos rechazaríamos la posibilidad de emparejarnos con esa persona? ¿De qué tiene tanta hambre nuestra personalidad para arriesgarse a no ver aquello que puede a la larga darnos un sinnúmero de quebraderos de cabeza y dolores de corazón

Porque, ¿cómo definiríamos a Madonna? Una mujer dominante, dura, egomaníaca, intolerante, normativa, impositiva, caprichosa… a la par que atractiva y megamillonaria. Esto es algo obvio para cualquiera. 

¿Y por qué siendo tan evidente el tipo de personaje deleznable que era, Guy Ritchie no lo vio? ¿Qué obnubiló su mente y por qué? ¿Qué buscaba Mandona en Ritchie y qué él en ella? Si no recuerdo mal, cuando fueron presentados, la diva se encaprichó de él por su atractivo físico, síntoma inequívoco de una pulsión irresistible por concebir un hijo suyo, anatómicamente apto. 

¿Y él? ¡Coño, que era Mandona!, ¡Lo que iba a fardar el mierdecilla con semejante ligue!, iba a pasar de ser conocido en su casa a la hora de comer a ser un personaje mundialmente famoso con todo lo que ello implica: más dinero, más éxito, más mujeres... 





Dice mi amiga psicoloca al respecto de esta búsqueda de la media naranja que los matrimonios que mejor funcionan son los que se complementan, aquellos en los que cada uno asume su papel opuesto-complementario como el rollo del yin y el yang: la dominante y el sumiso, el dominante y la sumisa, la habladora y el callado, el hablador y la callada... tienen más posibilidades de permanecer juntos que los que no se complementan. 

Vale, pero entonces, si dejamos aparte el asunto de la intolerancia al malestar y la frustración −que no es moco de pavo− ¿por qué se divorcia tanto la gente? ¿Porque no hacen los test de compatibilidad zodiacal? 

Precisamente porque el enamoramiento es un acto de vampirismo, de búsqueda de alimento, de relleno para los huecos de nuestra personalidad, y cuando la sed de sangre ha sido saciada, el vampiro abandona a la víctima, inútil ya para satisfacer sus necesidades. 

El vampiro tampoco busca el contacto sexual, sólo lo usa como medio para seducir a su presa y robarle lo que necesita. ¡Ah, el amor! 















Dice Mandona tras su divorcio que tenía que haberse casado con alguien fuerte, ambicioso, inteligente y espiritual. Dejaremos de lado la típica e insoportable prepotencia espiritual regre que confunde la búsqueda con el hallazgo −la de esos que se creen que están más cerca de Dios que los demás y están más perdidos que Zero Zapatero en la escena internacional− para centrarnos en los atributos anteriores: ¿No es obvio que Ritchie no es un tipo fuerte? 

Debiera haber elegido a Jean Claude Van Damme, pero no lo hizo, algo en el interior de su cerebro se apagó para no ver que en realidad Guy es un blandengue paliducho, el típico británico. 

¿O es al contrario? ¿O lo que Mandona percibió fue que aquel hombre era lo que le convenía, un tipo pusilánime? 

Yo, como mi amiga, me inclino por esta última opción; cuando uno ya se ha alimentado del otro, Guy de la pisada fuerte de la millonetis y ella de la sumisión del inglés. Y eso mismo que les unió, es lo que ahora les separa: ella no soporta su debilidad, y él la soberbia de ella


Al loro pues. No vaya a ser que seamos unos vampiros incapaces de amar verdaderamente y cuando nos hartemos de lo que nos unió, eso mismo nos separe.




Ella, al principio del noviazgo: 
Qué guapo y cachas es mi novio, está bueníiisimo. 

Después de un tiempo: 
 ¡Será superficial el tío! Un poco de cerebro y un poco de sensibilidad es lo que le falta, que el cuerpo no lo es todo. 

 


Otra enajenada: 
Adoro lo limpio y ordenado que es mi amorcito. 

Y tras unos meses: 
Puto maniático el tío, me enerva tanta perfección y tanta pulcritud. 






Somos rematadamente bobos

Juzgar es adaptativo; desde bebés aprendemos a juzgar a los demás en función de cómo se relacionan con los demás. 

Sin embargo, de adolescentes a adultos acostumbramos a idealizar el “flechazo” como síntoma inequívoco de la aparición del amor. 

Cierto es que un buen embaucador puede engañar al crítico más afilado, incitándole a bajar sus barreras defensivas y colándose hasta la cocina como elefante en cacharrería −o sea, como el socialismo ha entrado hasta la mismísima constitución de España y amenaza con hacer otro tanto en USA−, pero ya nos vale la tontería, podíamos ser un poco más espabilados, ¿no?. 

No, no seamos tan soberbios para suponer que nosotros no podemos ser engañados, porque cualquiera suficientemente listo puede colarnos la mentira más obvia igual que algunos niños malandrines acusan a sus hermanos de lo que ellos mismos han hecho, sin que nos enteremos del truco.


 

 Millones de españoles se tragaron la píldora socialista, sutilmente adornada con −entre el pan y pan de "el gobierno miente"− un hábil “mañana los españoles tenemos la oportunidad...” que aunque no se refería concretamente a la orientación al voto, sí recordaba −cualquier palabra activa en el cerebro ideas asociadas− lo que se debía hacer mañana

A millones de españoles les dio igual haber escuchado hasta la saciedad la fábula del pastor mentiroso, se tragaron las mentiras como críos, igual que se las habían estado tragando desde su infancia a la madurez, pasando por Mister X.



Ya hemos comentado alguna vez que la más eficiente estrategia de manipulación de las personas se realiza manipulando sus categorías básicas bien/mal, esas de las cuales surge todo lo demás: las ideas, los principios, las conductas. No hace falta más que asociar a uno mismo músicas agradables, imágenes y escenas idílicas, palabras de moda... y hacer lo opuesto con el contrario para conseguir que la presencia de éste suscite todo tipo de sentimientos, afectos y emociones negativas: odio, repugnancia, rechazo... mientras a nosotros nos adoran. 



Desgraciadamente, aquella máxima nacionalsocialista postulada por el Rugalcaba de Hitler el infeliz ministro de la propaganda Goebbels es una verdad neurológica; porque aún cuando la realidad sea la opuesta, repite la mentira mil o dos mil veces −y para ello nada mejor que dar a los amigotes unas cuantas televisiones como La Sexta, Cuatro, Localia, La 1, La 2 y la mayoría de las autonómicas que repitan incesantemente las consignas− y para un gran número de personas acabará convirtiéndose en verdad

Con las relaciones personales ocurre otro tanto; mira que nos advertían nuestros papases que no cogiéramos caramelos a los desconocidos porque con ellos querían engañarnos, ocultarnos la realidad para después secuestrarnos, sacarnos las mantecas o asarnos al estilo Hansel y Gretel cuando ya estuviéramos gorditos. 

Siempre que surge la ocasión digo que si para contratar a un profesional se le exige la presentación del currículum vitae y los documentos que acrediten los méritos que exhibe, para una relación mucho más íntima y comprometida como fundar una familia, tener hijos y compartir lo bueno y lo malo que venga más lo que cada uno aporta, deberíamos no sólo pedirle el CV, sino también el de sus padres y un certificado psicológico. 

Aunque mucho me temo que si fuésemos así de rigurosos, no se casaría ni el tato y la raza humana se extinguiría −a no ser que todos fueseis tan perfectos como yo, claro− inevitablemente. 

Bromas aparte, tenemos que tener muy en cuenta que igual que ningún directivo contrata a un profesional sin saber nada de él −de hecho los headhunters (cazatalentos) tienen casi más en cuenta cómo es el profesional, que su preparación académica y experiencia− tampoco debiéramos nosotros confiarnos al primero que se nos cruza en el camino en cualquier parte, porque cuando se pasa la época de anulación de las áreas de crítica social del cerebro, cuando retorna la capacidad de juzgar, uno se encuentra con la pura realidad desnuda; aunque normalmente para entonces uno ya ha encargado a la cigüeña algún que otro retoño y alguna que otra hipoteca de alto riesgo que le dificultan enmendar el error con pocos daños colaterales, especialmente los niños, en los que no se suele pensar demasiado. 

Quien lo niegue, miente; buscamos lo mejor dentro de nuestras posibilidades, fundamentalmente belleza y dinero, pero ni lo uno ni lo otro son garantías de nada (si es que alguien puede garantizar al cien por cien una relación conyugal), aunque es obvio que menos garantía puede ofrecernos alguien que no tenga ni idea de lo que significa el amor, por lo que −hoy por hoy− el elemento diferenciador, el que determina las posibilidades reales de éxito y fracaso una vez concluida la fase de marketing-caramelo atrapabobos es formarse en las lides del matrimonio previamente, como uno se forma para el trabajo o para manejar un vehículo, antes de meter la pata hasta el corvejón. 

Claro que también puedes dejarlo al azar o probar en alguno de los websites de moda para ligar (Tinder, Badoo, eDarling, Meetic, Facebook Dating...) en la que el que mejor miente se lleva la mejor pieza, o tirar de la primera persona que se te cruce en el camino cuando sea tu momento o sea, normalmente cuando estés más salido que el pico de una mesa o se te esté a punto de pasar el arroz−, aunque revelará a las claras que tú de molestarte por tu futuro acompañante vital y co-progenitor, nada de nada. 

Suerte.


¿Te lo mides o te lo pesas? (El amor, claro, malpensados)






Contra lo que muchos vanidosos suelen pensar, con las opiniones ocurre como con las relaciones personales: no se cuentan, se valoran

Si lees esto apresuradamente o sin bajarte de tus prejuicios en lugar de detenerte a pensarlo quizá no te enteres de algo esencial, algo que marca la frontera entre la verdad y la mentira, la realidad y la ilusión, entre el ser humano y el animal, entre el que da y el que utiliza, entre el amor y las emociones. 

De modo que ya que el asunto del amor es esencial en la vida de las personas, te recomiendo que reflexiones sobre ello a lo largo del día. Quizá entonces tus opiniones acerca del amor lleguen a ser mejores, lo que sin duda mejorará también tus relaciones. 



Dicen el ESD que “a Madonna y Guy Ritchie se les acabó el amor”. Es lógico pensar y consecuentemente escribir de este modo si uno cree que se puede amar mucho o poco, que uno puede amar intensamente, considerar que el otro es “el amor de su vida” −aunque sea la quincuagésima vez que se afirma lo mismo a sendas personas− o que uno sabe más de las relaciones personales porque ha tenido más experiencias. Recuerdo al respecto una observación curiosa que hace referencia a esta confusión entre calidad y cantidad: leí en algún sitio que hay quien cree que es mejor padre por tener más hijos o tenerlos más mayores. Obviamente se equivoca. Mejor padre es quien educa mejor a sus hijos, quien mejor los prepara para desenvolverse mejor en todos los ámbitos de su futura vida adulta. 

La Cienorgasmología no se ha convertido en el patrón más perfecto de sexualidad humana −siendo realistas, infinitamente mejor que cualquier otra aproximación− por conseguir más orgasmos en una mujer, sino porque consigue mejorar las relaciones conyugales gracias a una mejor calidad del desempeño sexual. 

Así visto, posibilitar la cienorgasmia femenina no es el objetivo de la Cienorgasmología, sino el desarrollo de la capacidad de amar aplicada al ámbito de la sexualidad, algo esencial a lo largo de la vida de pareja. 

Ya vimos que no se asciende al olimpo de los cienorgasmólogos por tenerla más grande, sino por ser mejor actor sexual, tampoco por tener más experiencias, lo que inclina aún más la balanza del lado de la calidad en detrimento de la cantidad. Como dice Fernando Alonso: no es lo que tengo, es lo que soy. Mejor o peor

Madonna y Ritchie se divorcian no porque se les haya agotado el amor -porque el amar es inagotable, es una fuente eterna- sino porque ambos, o al menos uno de ellos, nunca ha amado al otro, y por su trayectoria vital, me inclino a pensar en ella como culpable. 

La despendolada Madonna eligió a Ritchie simplemente por su atractivo físico y su cara de niño que no ha roto un plato en su vida, algo que encaja perfectamente con su perfil personal de dominatriz, de caprichosa diva, y hasta en su perfil zodiacal, una dominante leo anteriormente dominadora del trastornado petimetre Sean Penn −Dios los cría...− que llegó a comprar literalmente a su mazas (más) entrenador personal Carlos León para que le fabricase una hija antes de lanzarse a devorar al ordenado y tímido virgo Guy con similares intenciones. 

Pero no quiero que me acuséis de hacer de este post una repugnante crónica rosa, así que volveremos a lo esencial. 

Un inmaduro creerá que es más macho por haberse hecho (como dicen hoy los veinteañeros) a más chicas, aunque la mayoría de ellas no tengan precisamente un buen recuerdo de él; mientras que una persona realmente madura comprende que las relaciones deben calificarse, debe ponderarse su impacto positivo, negativo o neutro en la vida de los otros, el bien que se le ha hecho −no el placer, insisto− y lo que se le ha ayudado a cumplir sus propósitos vitales. 

El amor, pues, no puede medirse respecto a las categorías cuantitativas más/menos, sino a las cualitativas mejor/peor

Si el amor puede acabarse como se acaba la pasión, la atracción sexual, la admiración... ¿cuánto vale un compromiso? ¿qué valor posee el amor distinto del que tiene que a uno le ponga burro el otro?



Quien puede decir cuánto ama pobre amor profesa.

Petrarca



La prueba del nueve. (Del amor verdadero)

Nada es absoluto −salvo Dios−, y esto que viene a continuación tampoco lo es, pero esa no es razón para que no digamos con rotundidad que se aproxima mucho más a la verdad absoluta que el resto de lo que la corriente ideológica tristemente dominante y en la que todos, en mayor o menor medida, estamos sumidos a pesar de nuestro dominio del crawl −hoy crol− y la braza. Ni Michael Phelps podría escapar a la consistencia de la corriente; así que si te descubres habiendo comulgado con ruedas de molino, no creas que es porque eres un lerdo, sino porque eres uno más de los miles de millones de seres arrastrados por la implacable mainstream −yo incluido hasta que me caí del guindo−; que nadie nace sabiendo más que mamar. 


A vueltas con el desayuno 

Como señala nuestro superhéroe, “...el amor sí es un sentimiento, un sentimiento que engloba otros muchos, una suma que tiene como resultado inequívoco un todo.” y Perseidas coincide en que “...yo pienso que el amor no es un sentimiento, ¡¡son muchos!!”. Lo que es tanto como decir que el café con leche es una mezcla de agua, aminoácidos, carbohidratos, minerales, grasas, cafeína... con inequívoco sabor a café con leche, aunque sin haberlo probado nunca. Eso sí, el agua, la leche, las pastillas de calcio que mamá nos daba por si acaso nos quedábamos canijos, los terrones de azúcar, la mantequilla y la clara del huevo −una de las fuentes más puras de proteína−, sí que han pasado por nuestro paladar. ¿Pero tienen algo que ver esas experiencias con la de tomarse un café con leche? ¿Si las mezclamos nos sale un café au lait o un flan de moka? ¿Cómo podemos deducir, que conociendo el sabor de sus componentes, el resultado inequívoco de la suma de ellos para quien nunca se ha tomado un café con leche es el café con leche? Y más aún, ¿tiene algo que ver la experiencia de tomarse un café con leche con la de hacerlo, aunque a nosotros no nos guste, para que lo disfruten otros? Hemos aprendido desde pequeños lo que es necesitar porque por pura supervivencia nos era necesario comer; también lo que es desear cuando −sin necesitarlo lo convertimos en necesario, lo que lo torna capricho− deseábamos un juguete; a sentir afecto −sentir que nos afecta− la presencia de nuestros padres y sus diferentes estados de ánimo; y a sentir aprecio y estima por −poner precio = apreciar, y poner en valor = estimar− lo que nos dan, por lo que hacen por nosotros, por sus valores revelados en sus conductas. Pero pervertimos el lenguaje y sus conceptos asociados, pervirtiendo la realidad misma a la que se refieren, cuando hemos confundido el necesitar aliviarnos de un calentón propiciado por la cercanía de una persona sexualmente atractiva, con el deseo y aún con el amor. Es obvio que confundimos el deseo con la necesidad, el azúcar con la mantequilla, y así parece que por más que presumamos de conocerlo, no hemos probado el café con leche. Creemos que uno o varios de sus componentes son el café con leche simplemente porque nos gusta mucho tomarlos. 


La parte versus el todo 

Acostumbramos a hablar del amor como algo referido al objeto del amor, pero debiéramos separar ese componente de ese presunto amor para ver qué ocurre en su ausencia y así tenerlo más claro. ¿Y si no hay objeto amoroso? ¿Hay amor entonces? ¿Puede amarse en vacío? 

Los más románticos dirán sin duda que sí, que se puede amar sin ser correspondido, y ésa es justo su trampa, la que les impide la experiencia verdadera de amar, una experiencia que posee una premisa sine qua non: es activa, no pasiva. 

Con esta sencilla prueba del nueve uno puede comprobar si entiende el significado absoluto del concepto amor o lamentablemente y aunque le cueste reconocerlo aún no tiene ni repajolera idea. 

Porque el presunto amor sin objeto no es más que necesidad reproductiva, o de apoyo o cualquier otra engalanada con la bella y hueca palabra amor; deseo, pasión, necesidad, soledad y otras carencias propias que buscan compensarse, que ante la imposibilidad de lograr, se convierten en etérea vinculación sentimental con el otro. Pero nunca hay conducta, y si no hay conducta, nada hacemos por el otro. 

Y si uno dice amar sin hacer nada por el otro, podemos comprender que eso se parece bien poco al amor −activo− que nos dedicaban nuestros padres, verdadero origen de la adaptativa idea humana de amar. 

Si el presunto amor es ese platónico sentimiento hacia alguien a quien no se puede acceder, no existe conducta, no existe acción, ni hábito, proceso, ocupación, afán, trabajo, cuidado... pero sí sentimientos, afectos, incluso pasiones. Pero si entendemos el amor como “(Pre)Ocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos” −Fromm dixit− ¿Podemos amarlo? ¿Puede un ecologista no ocuparse de mantener la biodiversidad? ¿Un pintor des(pre)ocuparse de los lienzos y pinceles? ¿Una madre o un padre no alimentar y ayudar a hacerse más perfectos a sus hijos? Si lo hacen, no aman, sólo utilizan esos objetos para su satisfacción personal. 

No, sin objeto amoroso no puede amarse; uno puede estar enamorado (enajenado transitoriamente) de una prostituta, desearla, apreciar lo que nos ofrece, necesitarla para desahogarnos o para que escuche nuestras penas; puede afectarnos su presencia, su simpatía y cariño, puede llevarnos al más elevado de los clímax, aunque sea a cambio de dinero; pero si creemos que todo ello es una evidencia de que nos ama, es porque estamos confundidos. 

Igual ocurre con las múltiples experiencias esporádicas de enamoramiento que casi todos hemos vivido, creíamos que amábamos porque sentíamos algo muy fuerte, aunque luego todo fue frustración, desilusión. 

Igual que un pintor no ama la pintura si no la practica exhaustivamente, 
si no estudia, investiga, conoce, sino que es un oportunista, uno no puede amar si no es un experto en el Arte de Amar. A mayor maestría, más capacidad de amar, más se puede amar. El inexperto es impotente.






Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor... Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas. 
Paracelso.