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Historia de San Valentín, el día de los enamorados.

Se acerca el día de San Valentín, el día de los enamorados, del amor, de la amistad, según sea el país del que se trate. Aunque imagino que supondréis, si conocéis cómo se llama en China a ese día: Qi Qiao Jie y más importante aún, lo que significa: el día para mostrar las habilidades, que actualmente me inclino más por esa celebración que por la nuestra, tan trivializada. Al fin y al cabo, además de una cena romántica, es una buena ocasión para celebrar la unión disfrutando de una sesión de habilidades cienorgasmológicas. O para regalar(se) el Manual Práctico de la Cienorgasmología, el regalo más inteligente para esta celebración.

Pero hay más razones para preferir la versión china. Por una parte, la repugnante perversión del concepto amar, que no sólo se ha convertido en sexo, sino en sexo vicioso, desvirtúa completamente la efeméride. Y no es que yo tenga nada en contra del sexo vicioso, porque yo lo soy bastante, pero sí en contra que se ensucie el verbo amar, de que cualquier inmoral salga en televisión hablando de sus intimidades, pero eso sí, dulcificando su impacto en los espectadores mediante el repugnante eufemismo hacer el amor, que convierte la actividad más elevada que el ser humano pueda producir, en pasión, placer, o vicio. A ver, señores, si realmente no tienen ustedes remilgos para hablar de sus intimidades en público, háganlo a cara descubierta de verdad, no lo disimulen bajo el disfraz de nobles conductas. Y si no tienen narices, cállense o hablen de otra cosa.

Pero hoy no quiero repartir estopa entre esa inmensa mayoría de lelos que superpuebla el planeta, sino traer aquí la historia de San Valentín, porque seguro que la mayoría ni la conocéis. Yo no la conocía hasta hoy.

¿Estamos locos o qué? El amor no se consigue con una pastilla.

Imagino que este nuevo desvarío científico no llegará a ninguna parte, pero da miedo. Porque si sufres de estrés, depresión o cualquier otra dolencia psíquica, es probable que sea porque no estés enamorado, por lo que el psiquiatra te recetará unas pastillas y ¡voilá!, una nube de mariposas empezará a revolotear con alegre jolgorio en tu duodeno. Igual hasta somos felices y comemos perdices.

Lo que no dicen los lumbreras es si te enamorarás de tu mujer, de tu secretaria, o de tu amigo del alma. ¿Os imagináis? Vas a que el médico te  recete un tranquilizante para el estrés y te cargas tu matrimonio. ¿Elevaría al grado de pandemia la epidemia de anormosexualidad actual o nos llevaría a tontear con niñas de trece años como Sánchez-Dragó? ¿Las viudas de postín se enamorarían de su perro chochero?


Una cosa es que eso de lo que hablan no tenga ninguna relación con el amor auténtico (como siempre, recomendamos la lectura de la sección el Arte de Amar de este blog) -el que es conducta y no sentimiento-, que contribuyan a difundir la falacia del amor-sexo, que ya es bastante pernicioso para la sociedad porque desorienta la brújula de las personas, consiguiendo que deje de apuntar al norte cristiano que nos recordaba San Agustín: Ama y haz lo que quieras, abocándonos a su opuesto, al hedonismo, al egoísmo, la inmadurez y la irresponsabilidad. 

Otra muy distinta que su necedad les lleve a pretender eliminar el dolor del desamor sustituyéndolo por un estado de enamoramiento. La experiencia de dolor y sufrimiento es esencial para un desarrollo humano equilibrado y su evitación a toda costa nos arroja en las garras del suicidio como en el caso ahora negado -así se escribe la historia- de Cristina Onassis. Esperemos que a la mimada hija del cienciólogo Tom Cruise no le ocurra lo mismo.

Sin embargo, supongo que sin pretenderlo, los científicos mencionados aciertan cuando dicen que eso que llaman amor, está en el cerebro. El corazón es una bomba hidráulica.




Explicación evolutiva del periodo refractario tras el orgasmo

El sentido común es el menos común de los sentidos, y encontrar sentido común en la sexualidad es aún más extraño dado lo primario de su origen. 

Las relaciones sexuales siempre surgen de impulsos procedentes de los estratos más primitivos del encéfalo por más que alguno se empeñe en creer que tienen algo que ver con el amor, y no se diferencian esencialmente de las del resto de los animales, pero hay matices propiamente humanos como el comportamiento durante el periodo refractario.

¿Qué hacemos los varones y las féminas tras el/los orgasmos? Me encantaría que cada uno de vosotros nos contárais cuál es vuestra costumbre, pero por si acaso no os animáis, voy a especular un poco al respecto en términos generales.

Los varones tendemos a quedarnos chafados, como si se nos hubiese ido toda la energía por la cola. Es una lástima, porque sin esa reacción vagotónica podríamos seguir chingando hasta que se nos desollara; pero el aparente inconveniente tiene una probable explicación: forzarnos a parar y ahorrar energía para poder continuar nuestras actividades, entre ellas y sobre todas, garantizar el sustento de los productos de anteriores orgasmos.

En algún libro leí hace mucho tiempo que a los mandarines chinos les privaba esto del seso, y que tenían a sus pobres alquimistas buscando la pócima que les permitiera librarse del período refractario y poder así cepillarse a toda china viviente. Hasta ellos habrían llegado las fantasías hindúes de la multiorgasmia masculina y como tampoco eran capaces de lograr dominar el arte, deseaban encontrar la solución cómoda. No sé si encontraron algún secreto que les permitió pasarse la vida chingando hasta el punto de no tener tiempo ni de cortarse las uñas, o si su longitud se debía a otras causas más ornamentales, de rango o de otro tipo.

El caso es que parece de sentido común que exista una imposición biológica de este tipo contra nuestros deseos, porque además, un orgasmo acostumbra a reducir el deseo copulatorio hasta el nivel que desean nuestras hembras: el suficiente para no tener ganas de buscar fuera de casa.
Así, los varones normalmente preferimos que ellas nos dejen en paz tras la eyaculación, necesitamos descansar antes de volver a la carga o simplemente dormir plácidamente, algo muy frecuentemente malinterpretado por ellas, que por el contrario tienden a preferir pasarse un rato dando y sobre todo recibiendo mimitos y carantoñas. Muchas, con poco sentido común, interpretan nuestro agotamiento como falta de interés o incluso de amor, pero no hay nada de eso. Es tan evolutivo nuestra necesidad de descanso como la suya de actividad, por lo que habría que ponerse de acuerdo en qué se hace: si cada uno lo que le apetece o si alguno cede a las presiones del otro.

Es cierto que si uno soporta los terribles primeros cinco minutos -más o menos- posteriores sin desparramarse en la cama puede dedicarse a las carantoñas porque ha cortado la natural reacción vagotónica que nos lleva al profundo hogar de Morfeo, pero desde luego no es la experiencia más agradable para el varón, es como asistir a una aburrida conferencia después de una comida copiosa y sentarse en primera fila: te quieres morir de sueño. 

Supongo que si no se aclaran las cosas adecuadamente desde el principio, o si es ella la que impone su voluntad, terminará perdiendo la batalla con el paso de los años... justo cuando su estrategia de captura de su macho particular haya dado sus frutos: cuando haya sido madre. Entonces, incluso, preferirá que se vaya a paseo o peor: se pondrá a hablar de la compra, la comida y las tareas del día siguiente.  

¿Cuál es vuestra opinión al respecto?





Chingas menos que un casao, pero estás más sano.

Creo que casi nadie duda de que el estado ideal para el hombre es el matrimonio. Digo matrimonio, porque eso de la pareja es cosa de los animales, aunque ahora esté de moda usar ese término para parecer más progre (idiota perdido), igual que referirse a la persona con la que se sale o se cohabita como mi chico o mi chica

Lástima de mundo, debe ser que ahora las palabras novio/novia son de carcas y fachas.

Lo que parece evidente hablando de esto del matrimonio es que la sabiduría popular no se equivoca cuando dice aquello de "Chingas menos que un casao". Parece increíble pero es cierto, se chinga menos casado que cuando no se tiene compromiso (¿Compromiso? ¿Quién coño sabe hoy en día lo que es el compromiso?) o está casado. 

Esto es lo que parece desprenderse de una investigación recientemente publicada en la que se observa que los casados y ennoviados están más sanos que los que picotean por ahí lo que pueden. Fuman menos, beben menos, se drogan menos (supongo que también se la cascarán menos y dejarán menores beneficios en las fábricas de consoladores), hasta el punto de que el aumento de consumo de estas substancias puede considerarse un síntoma que evidencia el fracaso conyugal. 

Ya sabes, si notas que tu pareja fuma mucho últimamente no le eches la culpa a la crisis, más bien prepárate para lo peor. Pero si esto no te sorprende demasiado, te pasmará saber que, lo que verdaderamente aporta bienestar mental al casado es... ¡¡la voluntad de sacrificio!! 

Por fin una investigación científica se acerca a la definición de amor vinculándola estrechamente con la entrega al otro, lejos de pajas mentales memocionales

Sí, dar la vida por los demás es la máxima expresión de amor, y los cristianos tenemos un modelo perfecto, Jesús, totalmente opuesto al de los musulmanes con los que compartimos un mismo Dios, pero no su modelo, que en lugar de dar la vida por los demás, la quita. 

No será porque no os lo había advertido ¿verdad? Pues hala, a repasar la sección de El Arte de Amar, no vaya a ser que os dé por el Marlboro, malandrines. 

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Arqueología sexual

La naturaleza es sabia, aunque en ocasiones el elevado número de individuos pre-humanos que nos rodean hacen que nos parezca lo contrario. 

La causa de esa contrariedad no es otra que la tendencia a comparar la evolución con la referencia de la duración de nuestras vidas individuales o, como mucho, unos siglos atrás, lo que nos hace perder la perspectiva de que llegar hasta el momento actual de desarrollo nos ha llevado millones de años. 

Millones de años de transformaciones a base de selección natural. Expresado en términos mundanos, selección natural significa que el más guapo, (con arreglo a los parámetros de la época) más fuerte, mejor desarrollado y más listo es el que se reproduce más, por supuesto con una compañera de las mejores características, lo que supone que sus respectivos genes se transmiten en mayor cantidad. 

El feo, enclenque, mal parido y torpe no se come un colín, lo que impide que sus genes se divulguen en la misma medida o simplemente es eliminado antes de poder lograrlo. 

Da pena, ¿no? Pues a la naturaleza le importa un pimiento. 

A pesar de las similitudes que algunos animales de características cuasihumanas tratan de establecer con los simios, existen desde un punto de vista sexual, notables diferencias evolutivas que han ido asentándose por la sencilla razón de que han sido ventajosas evolutivamente. 

Ventajoso significa en este contexto, por ejemplo, que si fuese adaptativo que camináramos a cuatro patas, seguiríamos haciéndolo; y si no lo hacemos, es porque es recesivo, limitante de la evolución. 

Pero lo que me ha resultado más curioso del asunto es observar la importancia de la sexualidad en la evolución de la razón y los sentimientos humanos, no sólo de los rasgos anatómicos. Darwin decía que la función crea el órgano y la falta de uso lo atrofia, pero existen corrientes actuales que defienden que las modificaciones adaptativas se han producido gracias a la mayor tasa de reproducción de los "casualmente" más aptos, no porque el cuello de las jirafas se haya ido estirando para alcanzar las ramas más altas, sino porque las que los tenían más cortos se morían de hambre mientras las otras comían y se reproducían. 

Seamos partidarios de una teoría o la contraria, lo que podemos afirmar sin duda es que cuando el ser humano se hizo agricultor y pudo almacenar comida, dejó de necesitar el apéndice que en su época de cazador usaba como despensa portátil, lo que a la larga contribuyó a su minimización. 

La ausencia de barriga como evidencia a los ojos de los demás de ese "protoestado del bienestar" que se disfrutaba se convirtió en rasgo deseable para las señoras por aquello de garantizar el sustento de sus vástagos. ¿Nos ponemos a darle vueltas a la idea de que los budas suelen ser barrigones mientras que Jesucristo era delgado? Mejor dejémoslo para una mejor ocasión. 

Entonces ¿cuál fue la causa de la evolución de la posición de la vulva femenina desde sus orígenes cuadrúpedos (no dejéis de leer este interesantísimo artículo de Remedios Morales? ¿por qué no evolucionaron igualmente todos los simios? ¿Acaso la estúpidamente denostada "postura del misionero" tiene una componente adaptativa? Y si la tiene ¿cuál es? 

Yo me atrevo a hacer una especulación, que no será mía sin duda, sino pensada mucho antes, y que consiste en lo que desarrollaré a continuación. 

Incluso en sociedades precivilizadas como la antigua mongola de Gengis Khan y la mayoría actual del mundo musulmán (ahora van y me lapidan) en las que todavía se considera moralmente aceptable la poligamia, es decir, en las que se considera a la mujer como un mero objeto de la satisfacción masculina hasta en el paraíso, existe el papel de "la favorita". 

La favorita es la única cuyos descendientes heredan el rango del poderoso progenitor y consecuentemente poseen más probabilidad de difundir ampliamente su ADN. 

En contraste, a las mujeres relativamente insignificantes, a quienes puede considerarse una "cualquiera" entre tantas, se les reserva básicamente el papel de productoras de ocio, mientras que a las que tienen otra significación, bien por su origen igualmente noble o de alto rango social, se les dispensa un trato más respetuoso (no vaya a ser que el suegro se mosquee y la arme), no se les trata aquí-te-pillo-aquí-te-mato como a "perras" cuadrúpedas, sino que el varón se molesta en observar su rostro para comprobar si las habilidades que está desplegando le son o no satisfactorias, pues de ello depende en parte su propia seguridad física y psicológica. Tener a "la enemiga" en casa con un poder similar al propio es un problema de los gordos. 

Por si esto no fuera suficiente, una "cualquiera" no podía negarse a la cópula forzosa del marido-dueño, pero sí podía hacerlo la primera esposa si el machote no se comportaba adecuadamente, porque sin descendencia legítima su poder se tambaleaba hasta correr peligro frente a nobles competidores. 

Ella podía simplemente cerrar sus piernas y negarse al casquete en plan represalia por las inatenciones del animal. La "cualquiera" se quedó con el chirri en el culo pariendo bastardos. Y si aceptamos, parafraseando, la excelente definición del concepto amar de Erich Fromm: Amar es ocuparse activamente por la vida y el crecimiento de lo que amamos; podemos empezar a entender un poco mejor de dónde surge esta conducta -que no sentimiento- adaptativa humana. 

Con el paso de los milenios, las favoritas, aquellas con las que se practica la postura del misionero, tienen más descendencia y mejor dotada, lo que nos lleva al punto actual. 

Esa es la razón por la que, a pesar de los pesares, las mujeres, al contrario que las simias, tenéis el chichi entre los muslos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


A vueltas con las palabras: sexo, amor...

Ya sé que a mucha gente le rechina la palabreja esa de follar. Reconozco que a mí también un poco; ya os habéis dado cuenta de que prefiero hablar de echar un kiki o usar otras expresiones que son más personales y no están para compartirse. 

No sé por qué extraña razón el vocablo se ha convertido en un sinónimo de sexo bajo, sucio y animal; curiosidades del destino. Sí sé por qué (generalizo) las mujeres y los tontiprogres abominan de él, pero como ya hemos dicho muchas veces que "hacer el amor" es un intento de dulcificar una conducta a fin de aparentar que se hace algo honorable cuando en realidad no lo es, no me voy a repetir. 

La palabra "follar" tiene el mismo origen etimológico que el castellano antiguo folgar y el más moderno holgar, y su significado es algo así como vaguear, holgazanear. 

Curiosamente comparte orígenes y significado con "joder". Paradojas de la vida, lo bueno se convierte en anatema y el engaño en virtud. 

Por otro lado, como os comenté, he estado indagando sobre los orígenes de la expresión "hacer el amor" y he encontrado algunas opiniones bastante sensatas que afirman que deriva, como casi todo lo malo, de la France. "Oh lá lá, vous étes si belle que ça me fait souffrir, mademoiselle! J'ai tombé fou d'amour pour vous, je veux vous faire "faire l'amour" á la folie pendant toute ma vie" ¿Qué mujer necesitada podría resistirse a un embaucador semejante?






Parece ser que la expresión procede del término cortejar (galantear o enamorar a una persona o intentar el macho atraer a la hembra -sean animales racionales o irracionales- en celo con la intención de aparearse) de donde surgió la expresión "hacer la corte". 

Pero como parece que aquello no acababa de funcionar como aseguraba la publicidad, ellos y ellas acordaron, los primeros engañar y las segundas dejarse engañar si se mencionaba el término clave, el que disculpa cualquier tropelía, cualquier tiranía, cualquier vicio: el amor, l'amore, l'amour, love... ¡Oh, el amor! ¿No? 

Porque poniéndome en la piel de una mujer, imagino que será más fácil acceder a abrirse de patas si te dicen que te van a hacer el amor que si lo que te advierten es que te van a meter la tranca en los aíes ¿no? Si es que hasta el gusanillo de la conciencia se ha ido de vacaciones. 

La expresión echar un polvo, por su parte, algunos creen que tiene relación con la metáfora bíblica del polvo del que provenimos y al que volveremos indefectiblemente, y consecuentemente con la práctica de la imposición de la ceniza que da inicio a la Cuaresma y que te recuerda, majete, de dónde vienes y a dónde vas, como para que no dejes de prestar atención a qué demonios haces en este mundo, si mejorarlo o jorobarlo. 

También hay quien piensa que la expresión se origina en la aristocrática costumbre de esnifar polvo de rapé (tabaco) en las reuniones. Como debía ser una práctica considerada socialmente nada virtuosa, aquellos que querían ponerse, se iban discretamente a otra habitación. Alguno preguntaría intrigado "¿Dónde váis?" y para disimular responderían jocosos eso de "Nos vamos a echarnos unos polvos". Digo yo, vamos.


Hacer el amor o (ser) el tonto

Forrest Gump "haciendo el correr"
Hace unos días recordaba aquello de los verbos transitivos -los que implican movimiento- mientras conversaba con una gente de esa que hace ascos al término "follar" porque la palabra le suena mal. 

Yo argumentaba que "chorizo" suena peor, y no digamos ya "cerdo", y a poca gente sana mentalmente le causan repelús unos buenos ibéricos. Si tenemos en cuenta que estas palabras se utilizan como insulto, debían provocar más rechazo que aquella otra ¿no? 

Bueno, también hay que reconocer que follar también se utiliza como sinónimo de joder, fastidiar, apalear, etc., pero incluso así, uno se esperaría un desagrado al menos similar, ¿no? Pues no. 

Así que sigo inclinándome a pensar que esas personas que se encaman con el primero que pasa pero abominan del palabrito mientras enarbolan eso de "hacer el amor" en cuanto tienen la oportunidad son unas hipócritas totales que pretenden adornar una conducta reprobable para que su conciencia no les torture.


 
Os decía eso de los verbos transitivos porque durante el transcurso de esa conversación descubrí una forma de explicar la farsa lingüística que quizá os ayude a entenderlo mejor que en estos los intentos de la sección El Arte de Amar  (en la columna de la derecha) y particularmente éste

Veamos, si se usa un verbo transitivo precedido del infinitivo del verbo hacer, sale un churro que no veas. Pongamos por ejemplo estos verbos transitivos: andar y cocinar. ¿Diríamos "Voy a hacer el andar"? o ¿Voy a "hacer el cocinar"? 

Pues no, el verbo hacer lo usamos con sustantivos como en "Voy a hacer una maratón", "Voy a hacer un bacalao al pil-pil" o "Voy a hacer el tonto", pero no con un verbo transitivo. 

Simplemente porque es redundante, así que basta con anunciar "Voy a correr" o "Voy a cocinar". ¿Verdad? 

Si tiramos de gerundios, la cosa no pinta mejor: Estoy cocinando/Estoy haciendo el cocinar; Estoy andando/Estoy haciendo el andar. Absurdo ¿verdad?. 

Entonces ¿diríamos "Estoy amando" o "Estoy haciendo el amor" cuando estamos chingando? Porque como decía la mamá de Forrest, "Tonto es el que dice tonterías"


Otras consecuencias de la locura progre: el maltrato conyugal

Aunque en más de una ocasión el sustrato del problema tenga un matiz económico y mas en la situación actual, en la Champions League de la economía del mundo mundial, en la mayor parte de las parejas subyace otro problema: la necedad contumaz. O lo que es lo mismo: ni saber ni querer saber. 

Claro que condimentada con unas buenas dosis de vana soberbia: "Yo no necesito un papel que me diga que estoy casado" o vayaustéasaber qué elaboradísimo argumento justificativo más. 

En el fondo, existe en muchas personas algo de miedo al futuro precisamente por el temor a ser defraudado por el otro, pero también y sobre todo la minusvaloración del otro, que se convierte en una inmensa lata de refresco helado para el calor mientras no llega el otoño. 

Entonces mejor una crema de boletus, anticipo de un clima más apto para paladear unas fabes, un pote gallego o un cocido madrileño ¿no? Y la lata, ya gastada y rechupeteada, a la basura. Razones siempre habrá para justificar la injustificable ausencia de compromiso real. 

Honestamente, ¿qué podemos esperar de una persona que está junto a nosotros pero se niega a comprometerse para siempre pase lo que pase? 



Pues justo eso, que pase de nosotros si no algo peor: que se convierta en un monstruo resentido por haber tomado una decisión equivocada y esclavizado a una persona por vínculos más hipotecarios que sagrados. 

White (no vaya a creer Pepiño que le hago publicidad) y en botella. Con las lógicas excepciones a toda regla, una pareja no casada, o una no casada por la iglesia, tienen mayores posibilidades de fracaso, pero no sólo eso, sino que las chicas casadas sufren e inflingen menos violencia que las que "viven en pareja". (No dejéis de hacer click y visitar el Forum Libertas para leer el artículo completo.) 

Al final, lo de siempre, quien se desvía del camino recto tiene más posibilidades de caerse por un barranco, romperse un tobillo o atollarse en un cenagal, que quien lo sigue. 

La crisis es cierta y terrible, por mucho que algunos se hayan empeñado en negarla, y esto llevará a muchos novios a plantearse dejar para más adelante el enorme coste económico que supone una boda, pero mientras tanto y por si alguien se aprovecha de las circunstancias vale un juramento de amor en lo bueno y en lo malo, un día cualquiera y sin testigos, en una iglesia significativa, ante Dios. Y ya vendrán tiempos mejores. 

Si no se atreve es que eres para el otro una lata de refresco más. 

¡Ah!, cuidado con los mentirosos compulsivos, te darán mil motivos para creer y caerás en la trampa.



Otra crisis: La crisis de los cuarenta.


Y
a sé que alguno va a pensar que estoy hablando de mí, pero os aseguro que no. Afortunadamente esa atormentada época ya pasó para mí, y aunque no me gusta escupir para arriba, creo que ya estoy en otro nivel o ciclo de vida; para bien o para mal mis maslowianas necesidades insatisfechas de orden superior son ya otras, aunque cualquier día de estos volveré a necesitar bajar al segundo escalón como cuatro millones de españoles.


Aviso de que la pirámide de necesidades de Maslow tiene un error en el último escalón

Los que me conocen bien ya saben que suelo utilizar la metáfora de la montaña para describir el transcurso de la vida. Según mi teoría, la primera parte de la vida es una ascensión hacia lo que es hoy por hoy la mitad del periplo individual por la existencia mundana, los cuarenta años. 


Durante esa subida, y salvo excepciones, uno no se entera de qué va la vaina esta de la vida, porque es imposible ver el otro lado. Sólo ve el objetivo, la subida, el paisaje, las estimulantes experiencias, la fuerza y determinación de la ilusionada juventud... todo lo que se divisa es maravilloso. Para que os hagáis una idea aún más fácil, es como los fines de semana o las vacaciones, que disfrutamos al máximo hasta que llegan a su ecuador, momento en el que la añoranza, la tristeza ante la inevitabilidad de la vuelta a la rutinaria cotidianeidad, a los madrugones, el trabajo, el cansancio... nos amargan los últimos días o el odiado domingo.



¿Y qué narices ocurre al llegar arriba para que nos volvamos majaretas? Que en ese momento y no antes empezamos a atisbar el final del viaje. Quien haya hecho sus pinitos montañeros me comprenderá perfectamente, los sentimientos que se experimentan en la bajada no son tan agradables como los de la subida, por mucho que el esfuerzo de ascender sea mayor.


Y en este punto se encuentran muchas personas, separadas o divorciadas que buscan experimentar los intensos fulgores de la juventud como si se resistiesen a la inevitable bajada hacia el fin, la muerte, esa espesa niebla que debajo de nosotros nos impide ver con claridad qué habrá después. 

Llegadas a ese punto o traspasado, algunas féminas añorantes del camino que no se puede volver a recorrer -antes respetables madres de familia- se dedican a asediar a los jóvenes veinteañeros con un descaro chocante, pues tradicionalmente han sido los varones los
perseguidores de jovencitas en los más o menos descaradamente lupanares. 

Otros, directamente, a dinamitar su matrimonio. 

Y este es el caso del que quería hablaros hoy. 

La crisis de los cuarenta acostumbra a suponer una rebeldía de la persona adulta ante las leyes naturales del envejecimiento, un momento en el que uno se niega a conformarse con la bajada hacia la decrepitud, a someterse a la inercia de la vida, al “hasta que la muerte nos separe”; para lo que busca nuevos alientos vitales, nuevos estímulos, nuevas pieles, tersuras, olores... pero sobre todo un nuevo Everest que acometer y que conquistar, una nueva vida, una nueva familia, quizá nuevos hijos... 

Se trata así de olvidar lo inevitable empezando de nuevo, acercándose a personas más jóvenes como vampiros ávidos de lozanía previo paso por la entrepierna de los compromisos previos adquiridos. Una forma como otra cualquiera de evidenciar así su absoluta ignorancia sobre lo que significa e implica el amor.

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Año Internacional del Amor en el universo de la Cienorgasmología


En estos días en que me he tomado unas largas vacaciones dejándoos a todos sin el placer de mi inestimable presencia ;-) no he dejado de acordarme de vosotros.

Pero sobre todo os recordé uno de esos días en que una de esas causualidades que la vida nos pone de vez en cuando en el camino me regaló una perspectiva diferente desde la que observar el hecho del amor. 

Y como toca desearos a todos −sin ironías− un feliz y próspero año 2009, quiero aprovechar ese regalo para declarar oficialmente este 2009 el Año Internacional del Amor en el universo de la Cienorgasmología. 


EL LENGUAJE DEL AMOR 

Repetía un amigo, a colación de las causas de su matrimonio truncado, que “Si lo que vas a decir no es mejor que el silencio, mejor no lo digas”. Y en ese momento se me encendió la bombilla, porque ciertamente ¿qué mejor demostración de amor verdadero que cerrar la boca cuando uno no está en buena disposición anímica para hablar? ¿Qué mejor ocasión para demostrar a nuestro cónyuge nuestro amor que callar si no se va a decir algo constructivo? 

Siempre, y creo que no exagero cuando generalizo, es mejor dejar pasar unos días para que la ira −o lo que sea− se haya templado para hincarle el diente a cualquier desavenencia o problema, que discutir en caliente


A esto habría que añadir que −y no me refiero sólo a las mujeres, porque hay hombres insoportablemente incontinentes verbales− ¿no es mejor callarse y leer un libro que volver a hablar de lo que ya se ha repetido centenares de veces? 

A mí las peroratas de mi contraria me funden las sinapsis, llega un momento en que mi cerebro está tan inundado de cháchara estéril −excepto para sus inagotables ansias de comunicar por el hecho de comunicar− y busca desesperadamente una salida, un rato de silencio, un paréntesis, algo de calma para poder dejar que la mente simplemente vague por donde le apetece. 

Normalmente aprovecho para recluirme en mi excusada cueva, echar siete cerrojos para evitar interrupciones y enfrascarme en la lectura de cualquier cosa, últimamente los libros Guiness de los Récords en versión papel. 

Estoy convencido de que el silencio es una necesidad, y el ruido constante nos lleva a la enfermedad, y entonces pienso: ¿será que esas personas con vocación de sacamuelas necesitan hablar constantemente para impedir que sus mentes se enreden en pensamientos que les asustan? ¿tienen miedo de sí mismos? ¿necesitan describir minuciosamente cualquier cosa para ser más conscientes de ella? 

No lo sé, le daré unas vueltas a ver si se me ocurre algo y ya os contaré, porque ahora se me ocurre que también existen personas que con su lenguaje nos demuestran con insistencia que ni nosotros ni nuestras opiniones les importamos un pimiento fuera de la satisfacción de sus necesidades; me refiero a los que a cada comentario que hacemos, responden sistemáticamente con una frase que comienza con un no o un pero


LA PRÁCTICA DEL AMAR 

Pero no es de la incontinencia verbal o de la negatividad de lo que quería hablaros hoy, sino de lo que ocurrió cuando oí a mi sexagenario amigo pronunciar la frase. 

En ese momento mi mente comenzó una fulgurante labor de conexión de ideas hasta que compuso un elegante parafraseo de la suya y que constituye una precisa definición del amor como conducta: Si lo que vas a hacer no es mejor que no hacer nada, mejor no lo hagas

Lamentablemente el concepto amor está tan confundido por el sentimentalismo que es raro encontrar una definición tan certera, tan inexcusable, un verdadero termómetro del amor que profesamos a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, familia, amigos, a Dios... que pone contra las cuerdas al ignorante, al necio, al mentiroso, al que dice amarnos porque lo siente intensamente aunque al “amado” no sólo no le beneficia sino que le perjudica. Si partimos del axioma de Fromm: “El amor es la ocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos”, nos encontraremos con la prueba definitiva de nuestro amor por los demás y también del que somos objeto. 

Porque cada uno tiene su misión en la vida, que no está supeditada a la de nadie, yo soy yo y tengo mis intereses, mis preferencias, mis fobias y mis filias, de modo que si el otro no me ayuda en la consecución de mis objetivos vitales, si no me apoya cuando desfallezco, si no me anima, si no mejora las condiciones de mi existencia ¿qué demonios pinta a mi lado? ¿No está buscando únicamente un antídoto para su mal vivida soledad? ¿O no está simplemente buscando como el toxicómano su ración diaria de sexo? 

Estas y otras son las reflexiones que me surgieron de aquella inocente frase que escuché causualmente. Supongo que ahora también son vuestras, y de todos, así que espero un buen intercambio.


De todo hay en la viña de El Señor. El ABC de la progresía sexual

Ya saben los lectores más antiguos que considero que un par de palabras pueden ser más peligrosas que dos pistolas en manos de un chimpancé o que la presidencia de un gobierno en las de un bobo solemne o boba solemna, pero escuchar cómo aquellos que no presumen precisamente de progres caen en las típicas aberraciones políticamente correctas −no, no son simplemente palabras, sino ideas: los cimientos de actos− me parece desesperante, desesperanzador en sentido estricto. 



Et tu quoque Brute fili mi! ¿Dónde vamos a llegar si hasta los guardianes de la ortodoxia dejan de entender la realidad? ¿Dónde, si los que supuestamente comprenden y defienden la realidad frente a las utopías parecen guionistas de Escenas de Matrimonio? ¿Tan poderosa es la maquinaria de la agitprop que no permite a nadie escapar de la furia de sus centrifugados lava-tu-cerebro-más-blanco

Cualquiera que sepa un poco de España sabe que, desde su fundación en 1903, el ABC ha sido tradicionalmente un periódico moderado, católico, de diestras y monárquico. O sea, un periódico nada sospechoso de dejarse arrastrar por modas o tendencias más o menos estrafalarias impuestas a base de pasta y presión político-social como el agonizante El País del difunto Polanco(ne), sino defensor de los Valores Tradicionales, entre ellos el esencial Valor de llamar a las cosas por su nombre, guste o disguste a quien sea. 

¿Cómo es posible que en un diario católico se confunda el amor con el sexo? ¿Ya no van a misa? ¿No era el ABC de Zarzalejos de los que criticaban que la COPE tiene un locutor agnóstico y uno protestante?


Porque vamos a ver ¿es el sexo en la primera cita un elemento más próximo al amor que, por ejemplo, a la amistad, el deseo, la necesidad, la atracción, la inseguridad o el aburrimiento? ¿O el sexo a lo que es más próximo es al propio sexo y lo demás no son sino contextos independientes en los que se desarrolla, como la ubicua leche del café?

Ya estamos acostumbrados a que se confunda la fealdad con la belleza, el arte con los horrendos delirios de desestructurados mentales, que ponen el escaso prestigio que le queda a España a la altura de sus bodrios y en peligro la cabeza de los que se atrevan a ponerse debajo; quizá por ello estemos ya resignados, esperando pacientemente que sea lo que tenga que ser. 

Para que triunfe el mal sólo es necesario que los hombres buenos no hagan nada. Si el ABC ha renunciado a ser una barrera defensiva de los Valores que nos han traído hasta aquí, ya no sé si esta degeneración la parará fuerza humana alguna, o si tendrá que ser un cataclismo −del que forme parte esta crisis global− el que vuelva a poner las cosas en su sitio. 

No creo estar exagerando, sólo hay que echar un vistazo a algún diario económico para darse cuenta que aún ni intuimos a donde nos llevará el agujero por el que estamos cayendo."


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